Sentarse a escribir al amanecer es como hacer un collage con la vida. Nosotros somos los únicos seres sobre el planeta que le hacen trucos a la noche y no siguen el ciclo de los días para que el descanso coincida con la oscuridad, y la luz con la actividad frenética. No todos lo hacen de manera voluntaria o festiva. A algunos les toca montar guardia, como un retén para que las cosas sigan funcionando, y otros tienen a la noche como el único refugio para la calma que propicie las mejores horas de su trabajo creativo. Aparte de esto, existen perversiones como las que hacen que las gallinas confundan a la luz artificial con la llegada de un nuevo día y dividan el tiempo de sus vidas por dos, mientras multiplican por el mismo factor la puesta de sus huevos. Lo general es que la negritud se aproveche para el sueño, evitando la contemplación de fantasmas y sombras sospechosas que nos inquieten confundidas entre los nubarrones negros. El día es más franco para mirarnos a la cara, también para engañarnos y estafarnos, convirtiendo en falso el aserto de que lo que se hace a la luz es equivalente a claridad y transparencia. Aunque las leyes consideren a la nocturnidad como un agravante, los mayores delitos y los más lesivos quebrantos se llevan a cabo con el sol luciendo vienen lo alto. Se apunta y se dispara mejor, se mata más a la vista de todos que oculto en el anónimo de las tinieblas. Ahora hago la vida normal de los animales y me acuesto temprano para levantarme antes de la aurora. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que sentía las ansias de beberme a la existencia de un sorbo y la prolongaba más allá de lo que me recomendaba la naturaleza. No creo que ganara o perdiera tiempo con eso, solo conseguí romper el necesario equilibrio para administrar una felicidad que después es muy difícil recuperar. Quizá por eso hoy puedo construir un collage con retales del tiempo desordenado, con recuerdos que se empeñan en encontrar una secuencia bien hilvanada, para hacer con todo ello un efímero proyecto del día que está por venir y, a la vez, contarles a ustedes que es lo que aflora a mi cabeza después de la síntesis involuntaria y disparatada del imperio de la subconsciencia a donde me conduce el sueño. Anoche me acosté escuchando el anuncio de lo que hoy iba a ser noticia y esta mañana me levanto para comprobar que nada ha variado en esa predicción. Sin embargo, han pasado muchas cosas porque el mundo es una inmensa bola cuya mitad duerme mientras la otra está despierta, y ahí las bolsas siguen trajinando, y los malvados continúan poniendo bombas y la sangre no deja de correr por fuera de las venas, que es por donde no debe hacerlo. Ómicron trabaja de día y de noche y no da tregua a la OMS para ponerse de acuerdo sobre si su presencia es la solución o el aumento del desastre. Mientras yo dormía alguien seguía estando al tanto de estas cosas. Scholz se ha hecho cargo de Alemania y la izquierda se apresura a decir que se inicia un cambio, como si la promesa de continuidad que sirvió para tenerle confianza se hubiera esfumado en un instante. Los editorialistas cantan eso de mil campanas suenan en mi corazón porque todo lo confunden con el advenimiento de una nueva era. Aún se escuchan los aplausos para la despedida de Merkel y ya estamos haciendo vaticinio sobre lo exitoso que ha de venir y el balance de los errores del pasado. Así somos, de la noche para el día, de un día para el siguiente; todo tan cambiante y apresurado que no da tiempo ni siquiera de encolar las piezas para terminar de hacer este dibujo apresurado. Para mí es una madrugada igual que las demás, intentando sacarle el jugo a alguna idea para trasladarla a la pantalla de mi ordenador. Quizá en esto consista mi procrastinación, en devengar el tiempo de la escritura para asomarme cada mañana con un guiño que haga que las cosas parezcan diferentes sin serlo realmente. Al final no he gastado nada y mi haber sigue estando intacto en el banco, aunque en la intimidad tenga que reconocer que se está depreciando día a día. Dibujando este collage, cosiendo este patchwork, me entretengo. Aún no veo los síntomas del amanecer a través de mi ventana. Las luminarias amarillentas de la calle todavía ejercen de reinas aisladas en la negritud, pero pronto aparecerá el sol por enfrente y comprobaré que he dado una vuelta más sobre mí mismo, como hace el planeta en cada jornada. Todo dentro de la normalidad más tediosa.