Es posible que en los gabinetes y despachos, o en las sedes de los principales partidos, responsables públicos u orgánicos continúen dando por bueno lo que les cuenta el retrovisor. Probablemente estén convencidos de que la gente de a pie sigue respondiendo al patrón de siempre; y que, en consecuencia, la pandemia contamina o distorsiona el ecosistema electoral, sí, pero sin llegar a cambiarlo. Hay quienes, acogiéndose a esa línea de análisis, apuestan por las recetas, relatos, agendas y estrategias anteriores al revolcón que el virus nos ha dado. Están moviéndose al dictado de mapas desfasados. Consumen productos caducados. Bares, cafeterías, bodas, oficinas, peluquerías, amigos y conocidos, entre otros termómetros electorales de altísima precisión, y fiabilidad, cuentan otra cosa, otro mapa, otro producto. A pie de calle, el eje de discurso derecha-izquierda o centro-periferia ha sido desplazado, relegado. Los daños colaterales de la pandemia, la omnipresencia del virus en el día a día, en los ámbitos profesionales o familiares, en los códigos afectivos, en la relación con los otros, las secuelas de la catástrofe en este presente distópico, frustrando la normalidad, distorsionándola, cambiándonos la vida, marcándonos el paso y poniendo contra las cuerdas la estabilidad laboral, ha situado al estado de ánimo -el hartazgo, y la fatiga- en la pista central del circo de las empatías y antipatías, filias y fobias. Con o contra el ayusismo, abrir o cerrar, avanzar o parar, adelante o atrás, aperturistas o restriccionistas. En ese terreno se sitúa del virus a esta parte el debate, la discusión de las dos españas que levantan la voz en la barra del bar o en las reuniones familiares, luego, también los votos del día después. El factor Ayuso no es, ni de lejos, una exageración. La conferencia de presidentes que se celebrará esta tarde, descaradamente escondida detrás de los bombos de la lotería, llega marcada por el temor -estrictamente político- a que otro cerrojazo enfríe la economía, frustre la recuperación, adelgace el empleo y, acto seguido, dispare un ayusismo que, bien gestionado, puede empezar a inflar las expectativas electorales del PP en corporaciones locales y parlamentos autonómicos, primero, y en las generales, después. Si esta tarde se opta por resucitar el catálogo duro de las restricciones -con sus efectos económicos, laborales y anímicos- se agigantará el abismo que separa a las dos españas de la pandemia y, entonces sí, el ayusismo podría extenderse como la pólvora por todo el país.