el charco hondo

El error

Hacía falta que la erupción pasara a la historia para que la historia del volcán comenzara, para que echara a andar su herencia -todo ha terminado, así que todo empieza-. Será a partir de ahora, finalizado el espectáculo de pirotécnica y otros efectos especiales, cuando los palmeros desembarquen en el día después, en la gélida realidad de meses y años reinventándose sin focos, programaciones especiales y romerías institucionales. Ha muerto el volcán, vivan los volcanes habitacionales, familiares, urbanísticos, escolares, laborales, normativos o políticos que sucederán a los gases, temblores y rugidos del entresuelo. Al volcán, ya durmiente, le saldrán tantas cabezas como trámites burocráticos, conflictos de competencias y tiranteces aflorarán entre las administraciones implicadas, que son todas. Entra en erupción el volcán del exilio -¿cuántas familias han emigrado ya a otras Islas?-. Asoma el volcán del cambio de vida, de paisajes de la memoria ahora desaparecidos, de sitios que la lava escondió para siempre, de recuerdos sin mapa o pasado sin tierra que pisar. Los afectados merecen respuestas eficientes, sí, también aciertos en las apuestas que se hagan, sin duda; pero, sobre todo, necesitan que la política aparque el realismo mágico y sitúe sus mensajes, compromisos y propuestas en el realismo -a secas, sin edulcorantes-. Ni el optimismo infantil debe sembrar frustración, ni la idealización de las expectativas puede desembocar en el volcán de las esperanzas diluidas. Saben los distintos gobiernos que la opinión pública los mira con lupa. Son conscientes los políticos de que la gestión que hagan de la crisis tendrá un importantísimo efecto multiplicador, una onda expansiva que fortalecerá o ahogará a los actores principales. El problema es que, arrastrados por la adrenalina que propician los acontecimientos extraordinarios, los políticos han envenenado el punto de partida. La tentación del realismo mágico (fantasear con ritmos administrativos de imposible ejecución) renunciando al realismo (a una descripción sincera de los tiempos de la burocracia) ha sido un error de cálculo, una torpeza que los tendrá incumpliendo los calendarios anunciados. Tampoco han estado finos evangelizando el regreso a la normalidad, básicamente porque solo puede aspirarse a articular -ojalá que con inteligencia- otra normalidad, distinta. De alguna forma, los discursos de estos meses han mezclado lava y ceniza. Se han generado tales expectativas que, puede que ya sin remedio, el malestar irá calentándose según vaya enfriándose la lava. Dejarse llevar por el realismo mágico ha sido un error que les pasará factura.

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