Se acabó eso del espíritu navideño, el de los achuchones y los deseos boca a boca. Ahora todo se queda en el WhatsApp, que de momento no contagia el ómicron. Estas han sido las Navidades más raras de la historia; y lo que queda porque faltan fin de año y Reyes para mandar 2021 a tomar por culo. Todo el mundo tiene pánico al contagio –yo incluido— y en lo que a un servidor respecta me he sumergido bajo del edredón, con mis pertenencias de urgencia metidas en la mochila de lujo de Inurria Style, llavero incluido; una maravilla de vacuno, fabricada en Ubrique. Ha sido, hasta el momento, el mejor regalo de las fiestas. La gente ha salido menos a la calle aunque el viernes a mediodía el mercado de Santa Cruz y sus nuevas tiendas chic han reunido a una multitud, con poca mascarilla, mucha tontería e incuestionable riesgo. Tengan cuidado, tengan mucho cuidado. Yo me limité a media caña con un amigo en la calle de San José y salí escapado cuando vi a un guindilla con libreta acercarse al coche que había dejado en un carga y descarga, en otra calle. Cuando llegué al coche, sudando tinta, me di cuenta de que había expirado el plazo indicado en el disco, lo que me había convertido en un ciudadano privilegiado, con aparcamiento y sin posibilidad de ser sancionado. Pero ya me monté en el tiriti y me vine para el Puerto, de donde nunca debí haber salido. Estas han sido mis fiestas hasta el momento. Y les contaré lo que queda: una entrevista en Los Limoneros con personaje no determinado y los artículos desde de mi casa, si no ocurre alguna tragedia. Así que mucho WhatsApp, muchos buenos deseos y a cruzar los dedos para que el bicharrón no me alcance con su molesto aguijón. Y eso.
El espíritu navideño, reducido al WhatsApp
acabó eso del espíritu navideño, el de los achuchones y los deseos boca a boca. Ahora todo se queda en el WhatsApp, que de momento no contagia el ómicron