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El periodismo

Bismarck, que también hacía sentencias, dijo que el periodista era un hombre que había errado su propia carrera. Y estoy de acuerdo con él. Si yo no hubiera sido periodista habría ejercido de antiperiodista. Voltaire estaba convencido de que los periódicos son los archivos de las bagatelas. A mí, cuando leo a Voltaire, me entra la mala leche. El periodismo político de hoy en día, por lo general, es una sucesión de mentiras colocadas en las redes, a conveniencia de quien paga. Por eso el periodismo agoniza, porque ha muerto su romanticismo. La gente culta sigue leyendo los periódicos de papel, sólo porque mienten mucho menos que los digitales. Los partidos políticos, con sus limosnas, se están cargando la profesión, que va proa al marisco. Ustedes dirán que escribo contra mis propios intereses. No, qué va. Si algo ha tenido el periodismo en la historia es su capacidad de autocrítica, de saber burlarse de sí mismo. El gran secreto de la supervivencia de un periodista es echarse a reír cuando se equivoca y luego culparse, pero con los mismos caracteres de la equivocación, no en una gacetilla que la gente lee menos que las convocatorias de las juntas generales. Cuando yo era director, los empresarios me decían: escóndeme por ahí la convocatoria de esta junta general donde nadie la lea. Me parece que fue Oscar Wilde, en cuya casa me alojaba yo en Londres, convertida en hotel, donde cobijaron Eduardo VII y Lilly Langtry, quien dijo: “La diferencia entre periodismo y literatura está en que la literatura no se lee y el periodismo es ilegible”. Más razón que un santo también. La formación es muy escasa, los premios periodísticos se reparten como rifas de tómbolas y la primigenia vocación e impulsos juveniles se convierten después en sobres taurinos y en gabinetes de prensa. Para terminar el año no está nada mal esta inteligente crónica del desencanto.

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