el charco hondo

Gordos

La probabilidad de ganar el Gordo es de un 0,00001% -una entre cien mil-. No hay números feos o bonitos, altos o bajos; tampoco hay truco o intuición que rompa con ese microscópico porcentaje de ganarlo. Según Miguel Córdoba, profesor de matemática aplicada, lo del reintegro responde a otros cálculos, disparándose hasta el 9% la posibilidad de que toque -guau-. Con todo, se juega. Y gasta. Claro que, contrariamente a lo que se cuenta, publicita o argumenta, lo que mueve no es la ilusión, sino la envidia, el vértigo, las convulsiones, el miedo a que toque a otros, compañeros, familiares, amigos y conocidos. El Gordo no es el sorteo de la ilusión, es el pánico lo que incita a jugar a quienes durante el año ni se les pasa por la cabeza gastar en sorteos. Los jugadores sin hábito, ganas o conocimiento, en ningún caso compran décimos en estas fechas porque una luz en la oscuridad les anuncie que esta vez sí. Compran porque quienes están con ellos han comprado y, empeorándolo, han adquirido el décimo estando juntos, dejándolos sin opción, arrastrándolos, imponiendo que gasten a sabiendas de que finalmente no les tocará. O sí. Y es ahí -y si sí- cuando la peor versión de cada cual, la mala persona que llevamos dentro, decide comprar el décimo no vaya a ser que caiga y a quienes nos rodean les vaya bien, sí, pero sin nosotros. Vistámoslo de otra cosa, pero el tirón del sorteo de ayer (me refiero a la lotería, no a la conferencia de presidentes) nos desnuda delante del espejo, mostrándonos el lado miserable que nos lastra y empeora. Hay más. Creer que la suerte es cosa de otros también nos retrata. La envidia, esa tristeza que aflora cuando a los demás les salen bien las cosas, parece no tener cura en un país poco dado a poner en valor, festejar y alegrarse por los avances o triunfos del vecino (con esta rémora histórica sí que nos cayó el gordo). Los éxitos ajenos descolocan a los colindantes, alimentan recelos y siembran los peores instintos. Mientras en otros países se celebran, aquí se penalizan. Así nos ha ido. Ayer los patriotas estuvieron pendientes de si rascaban algo y, sobre todo, de que los demás también acabaran el sorteo de vacío. El sorteo del Gordo debería rebautizarse, El Malo. Por lo demás, esta vez el envidioso tampoco rascó nada. Ese 0,00001% sigue dándole la espalda. Hoy le toca lo de siempre, preguntarse qué homenaje se habría dado con lo que gastó en décimos. La cara que se le queda es la penitencia, el precio que debe pagar por mala gente.

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