Aunque en incontables ocasiones -pasadas, y presentes- gobiernos o grandes corporaciones emitan señales en contrario, continuamos siendo seres inteligentes, capaces de percibir o inferir información, reteniéndola como conocimiento para aplicarlo a comportamientos adaptativos dentro de un entorno y contexto (así, o parecido). Normalmente, los ciudadanos de a pie, la gente con la que nos cruzamos por la calle, los familiares, conocidos o desconocidos saben razonar, planificar, resolver problemas, pensar en abstracto, comprender ideas básicas o complejas, aprender y tomar nota de la experiencia. Así estamos diseñados. A lo largo de la historia, o ayer, en la oficina, en casa, se cometen estupideces. Las distracciones -emocionales, o cognitivas- arrastran a veces a equivocaciones que rayan lo absurdo, sugiriendo (a quienes nos rodean) que tanta torpeza pueda obedecer a que tenemos algún error de fábrica; sin embargo, solemos hacer las cosas razonablemente bien, con lógica, y sentido. Cuando llueve abrimos el paraguas o nos protegemos de la lluvia situándonos bajo algún techo. Si hace frío nos ponemos un jersey, y si calor nos lo quitamos. Huimos del fuego. Nadamos para no ahogarnos. Gritamos si necesitamos ayuda. Nos escondemos cuando no queremos que nos encuentren. Razonamos. Planificamos. Resolvemos. Pensamos. Comprendemos. Aprendemos. Y si una pandemia provoca una ola de contagios tan inédita como indómita, damos un paso atrás porque es la única manera de dar un paso adelante. Aunque no lo parezca, y algunos no lo crean, somos seres inteligentes. Si los datos demuestran que la última versión del virus contagia como nunca antes, reflexionamos, y nos replegamos; dejamos de hacer cosas, aplazamos, renunciamos en nochebuena, prescindimos total o parcialmente del fin de año, volvemos a ponernos la mascarilla a todas horas y damos un pasito atrás. Hay quienes, a edades tempranas o no tanto, se desentienden y acaban protagonizando la crónica de los irresponsables. Son una minoría -aireados por los cenizos, pero minoría-. Una inmensa mayoría (de la que no se habla en los informativos) está respondiendo inteligentemente a este huracán de contagios, evitando, resguardándose sin esperar a que los gobiernos publiquen en el boletín oficial. Somos capaces de comprender la coyuntura sanitaria, capturar su significado, darle sentido y saber qué hacer sin necesidad de que nos lo dicten a todas horas. La pelota está en el tejado de las decisiones individuales. El partido se juega en casa. Ahí fuera hay vida inteligente -aunque no salga en los telediarios porque los irresponsables dan más juego, y audiencia-.