Solicitar al Tribunal Superior de Justicia de Canarias que ratifique la imposición de un toque de queda en nochevieja, año nuevo y víspera de Reyes describe una iniciativa tan bienintencionada como ineficaz, inútil. Conceptualmente, desprende el olor del postureo, hacer como que se está haciendo para que parezca que hacen, proponer algo para que no se diga que no se hizo nada, pasar la pelota al TSJC intuyendo cuál será su respuesta, tú sabes, lo intentamos, en fin, ya sabes a lo que me refiero, que no se diga que no hicimos lo posible. En el país de las maravillas del consejero de Sanidad el toque de queda deja a la gente sentada en el sillón, dándose un atracón de películas o series, suspendiendo las reuniones en casa de éste o aquel, comiéndose las uvas en pijama, confinándose, tirando de videoconferencias para celebrar sin contagiar. En el planeta del consejero las sociedades funcionan de esa manera, los toques de queda dejan a la gente en casa, recluida. Sin embargo, las cosas son diferentes en el mundo real, tan distintas, tan alejadas del país idílico donde residen los promotores de iniciativas de ese corte, que cuando se conoció la propuesta los móviles que describen la realidad real colapsaron. Reorganizando. Ajustando horarios. Rebelándose. Improvisando las quedadas del toque de queda. Maquinando alternativas a la hipótesis del toque de queda. Vénganse antes a casa. Quédense a dormir. Partamos el año al mediodía. Despidamos 2021 el treinta de diciembre. Y así. Era (y es) de cajón. En apenas unos minutos el toque de queda quedó desactivado por terrícolas que tienen previsto reunirse en casa de alguien. Qué decir del ocio nocturno, lanzándose a comercializar un fin de año a la australiana -de tarde, mutando sobre la marcha lo nocturno en diurno-. Los marcianos que ven en el toque de queda un cortafuegos ignoran (o simulan que ignoran) que las reuniones de los terrícolas se mueven como el agua; siempre encuentran un cauce. Olvidan (o aparentan olvidar) que lo sustancial no es cuándo o dónde, sino cómo se celebra, y es ahí, en la esfera de las decisiones individuales, de la responsabilidad, de la convicción, la pista en la que jugamos este match ball con el virus ya menguante. Los gobiernos deben dosificar sus propuestas, centrarse en la pedagogía, ordenar los mensajes, aligerar la información, definir un decálogo de buenos hábitos y adelgazar los niveles porque, aunque algunos no terminen de creérselo, los terrícolas son seres inteligentes, capaces de comprender la urgencia, capturar su significado, darle sentido y saber qué hacer, sin necesidad de que nos embarguen las horas.