No dice mucho a favor de Pedro Sánchez que su antiguo asesor Iván Redondo, que lo hizo presidente del Gobierno, pronostique que Yolanda Díaz será la próxima presidenta. Parece que, sin darse cuenta, Sánchez está alimentando las posibilidades de quien puede transformar -previa destrucción- no solo el escenario de la izquierda española, sino al propio Partido Socialista. Todo empieza con los movimientos en torno al 15-M, de donde surgió un Podemos dividido en dos interpretaciones contrapuestas: la tradicional de un partido leninista jerarquizado y convertido en lo que Gramsci concibió como la encarnación orgánica del Príncipe de Maquiavelo, y la segunda interpretación, y la más en sintonía con lo sucedido, un movimiento populista interclasista, o sea, transversal y demagogo. La primera fue la interpretación que asumió Pablo Iglesias y que sustentan las ministras de Podemos excepto Yolanda Díaz, una interpretación que ha propiciado la retirada de Iglesias a su incoherente chalet de Galapagar. No en vano Gramsci destacó también la necesaria función política de los intelectuales en el partido. Y sus limitaciones políticas, habría que añadir.
La segunda interpretación la lideró Íñigo Errejón, y es la que Yolanda Díaz está construyendo, y se manifestó en su reunión de Valencia con una serie de políticas que podrían acompañarla en la aventura. Por cierto, si ponemos en relación ese encuentro con su esclarecedora entrevista en El Mundo de hace unos días, no solo entenderemos mejor sus intenciones políticas, sino la ideología del feminismo -o de los feminismos- que condicionan la actual política. Es un lugar común afirmar que el feminismo propugna la igualdad de mujeres y hombres en todos los órdenes de la vida, y que ese es su principal -o único- objetivo. Y siempre hemos considerado que para eso no hace falta ser feminista, basta con ser demócrata. Pero la vicepresidenta expresa una concepción alternativa y más acorde con la realidad: afirma que la culpa del fracaso de Podemos es de la testosterona (que es la hormona característica masculina, y si ella es la culpable, eso descalifica y ofende a todo el sexo masculino); opina que el talento femenino es clave en cualquier actividad, y que las mujeres tienen una manera diferente (¿superior?) de hacer las cosas. “Nunca peleo con una mujer. Entre mujeres nos cuidamos”, añade literalmente. Un hombre que dijera todo eso de las hormonas femeninas y de las mujeres sería linchado política y mediáticamente.
Yolanda Díaz puntualiza que no es la típica mujer progresista; que no tiene interés en ocupar el espacio a la izquierda del PSOE (nos parece que Pedro Sánchez y Rodríguez Zapatero ya lo ocupan por ella); que no cree en los partidos ni en las siglas, y que actúa en política desde un movimiento y la transversalidad interclasista con la finalidad de resolver los problemas de la gente, es decir, de mejorar las condiciones de vida del pueblo. Nobles objetivos, en nombre de los cuales, desde la izquierda y la derecha, los populismos de uno y otro signo han envenenado y prostituido la vida política. En Iberoamérica los han sufrido -y los sufren- desde el aprismo peruano al peronismo argentino, pasando por el getulismo brasileño. Y en Europa -y España- cada vez tenemos más. Todos ellos le dan la bienvenida a Yolanda Díaz a la transversalidad.