el charco hondo

Colapso

El día anterior cenó ligero, y durmió bastante más de lo habitual. Madrugó para hacer algo de deporte, desayunó fruta con yogur y buceó en las redes, en las páginas de autoayuda, deteniéndose especialmente en los consejos para enfrentar con entereza situaciones difíciles, extremas. Consciente del imposible que pretendía, se preparó a conciencia. A ratos confiaba, poco, fugazmente, en que un golpe de suerte le evitara pasarse otro día (otro más) marcando, dejando que rodara el hilo musical de espera, de fondo, el móvil sobre la mesa, por si acaso, remarcando, resistiéndose a colgar, colgando, arrepintiéndose de haberlo hecho porque nunca sabría si le habían respondido una milésima de segundo después -esa idea lo atormentaba-. Creyó que las primeras cinco horas esperando que le cogieran el teléfono serían las más duras, pero las siguientes cuatro, con la tarde apagándose, lo desmintieron, y zarandearon, porque lo peor vino después, la frustración, el desánimo, la sensación de que estaba perdiendo el día, la batalla y la guerra, el enfado fajándose con el desfallecimiento, la perspectiva de sentirse atrapado en el tiempo, la lluvia de la derrota calándole los huesos. No hubo forma, nadie asomó al otro lado, no llegó a escuchar voz alguna, solo el bucle musical que alguien -con poca gracia, por otra parte- eligió para quienes esperan que les cojan el teléfono en cualquiera de los departamentos o centros de referencia del servicio canario de la salud. Se rindió, pero antes de meter el móvil en el cajón hizo una última llamada. Buscó a boleo una pizzería, y llamó. Buenas noches, le atiende Marga, ¿qué desea? -le preguntaron-. La chica que recogía los pedidos solo escuchó a alguien llorando, balbuceando, con la respiración entrecortada. ¿Hola?, ¿se encuentra bien?, ¿qué pizza desea? -insistió la empleada-. Ninguna, solo quería recordar qué se siente cuando llamas y alguien responde -le dijo, ahogado por la emoción-. Colgó. Al día siguiente empezó a llamar a Sanidad con las primeras luces del día. Marcar. Esperar. Envolverse en el hilo musical. Remarcar. Colgar. Arrepentirse. Rendirse. Remontar. Reír. Llorar, y, cada dos o tres horas, llamar al bar de abajo, a las pizzerías, gasolineras, agencias de viajes o a cualquier establecimiento donde sí responden a sus llamadas. Hola, ¿qué desea? -escuchaba al otro lado-. Nada, solo quería recordar qué se siente cuando llamas y te lo cogen -respondía, reconciliado con el mundo-.

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