el charco hondo

Fitur

A la resiliencia le pasó lo que al empoderamiento, alguien los incorporó a los discursos y, de aquel año a esta parte, cunde la sensación de que son tan imprescindibles e inevitables como los puntos o las comas; qué decir del adjetivo intenso que —adosado a cualquier reunión o programa— invade los comunicados de prensa. La capacidad que algunas personas tienen para remontar el vuelo y reconstruirse o, en su caso, para reinventarse aprendiendo de errores y dificultades, se incorporó al dialecto de la gestión pública (y de muchas empresas, también) con una reiteración propia de los mantras. Trasladado al planeta del turismo, la resiliencia se tradujo en la oportunidad de combinar con inteligencia luces largas y cortas, abrirse a posibilidades, apuestas o comportamientos con la permeabilidad que requiere un sector que siempre ha exigido reflejos, tablas, olfato y perspectiva. El problema es que al abusar de determinados conceptos —la resiliencia, en este caso— cuando realmente adquieren todo el sentido da palo recurrir a ellos, y lo cierto es que, ahora sí, viene al caso apelar a la resiliencia en turismo porque el cero que nos endilgó la pandemia nos exige capacidad de remontada, sin duda, pero también ir más allá, dar otros pasos, huir de la tentación de dejarlo correr cuando los hoteles se llenan, apuntalar lo que hacemos bien, sí, de acuerdo, pero emitiendo señales —nítidas, y certeras— de que hemos aprendido algo de la experiencia vivida con el apagón de los dos últimos años. Más de lo mismo es la peor de las recetas. Apuntalar. Repensar. Adelantarse. Atreverse. Toca tirar de resiliencia porque el agujero, las facturas y cicatrices que nos ha dejado el virus exigen remontar pronto, y bien, pero igualmente es necesario que los principales actores del sector —privados y públicos, por ese orden— no se dejen atrapar por la amnesia que alimentan las camas ocupadas, demostrar tanta resiliencia como inteligencia, dar pasos hacia un modelo protagonizado por turistas que gasten más y ocupen menos, continuar con la transición de la cantidad a la calidad, rebajar la presión sobre el territorio profundizando en estrategias que permitan alejarnos de los dieciséis millones sin que se resienta el empleo, cualificar, rejuvenecer. Una feria algo atípica (la última de la pandemia, esperemos) está exigiendo realismo pero también la ambición que hace falta para crecer haciéndolo mejor.

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