Lo de Djokovic se ha gestionado en Australia como suele hacerse en los países mayores de edad, limitándose a activar los mecanismos establecidos, siguiendo los pasos que marcan sus leyes, con cierto automatismo y un tono algo marcado, eso sí, ahí sí, claro que sí, por el componente patrio que entre los australianos alimentó la reacción serbia -faltona, soberbia, y con ramalazos histriónicos-. Australia ha capeado la situación con la flema británica de los pioneros. El resto del mundo solo hemos tenido noticias del sistema judicial australiano. Los titulares se han centrado en lo estrictamente procedimental. Las referencias de prensa se han limitado a contarnos los pasos, plazos o recursos contemplados por sus leyes. Y, de paso, los distraídos se han enterado, a raíz de lo de Djokovic, ahora, del grado de exigencia que aquel gobierno ha desplegado con la pandemia. Poco o absolutamente nada más, si acaso el inevitable pulso (puertas adentro, y afuera) de los negacionistas. No se ha sabido de balaceras entre los principales partidos, tampoco han trascendido -no asomaron al escaparate global- tensiones locales, agravios domésticos o censuras que rompieran o generaran fisuras en la posición-país. Así funcionan los Estados engrasados, maduros. Y así, echándole un vistazo a la posición- país ante el caso Djokovic, sucumbo a la tentación de preguntarme qué habría pasado si lo del tenista hubiera ocurrido en España. Cómo se habría gestionado. Qué habría trascendido más allá de nuestras fronteras. Quiénes habrían protagonizado el pulso de un deportista a un país. Nunca lo sabremos, pero la bronquitis que tiene a la política española echada al monte, de granjas matando moscas con el rabo, anima a pensar que si la Justicia de este país hubiera tenido que lidiar con la detención y deportación de Djokovic, los abonados a la bronca habrían protagonizado un espectáculo delirante, deslegitimando o ridiculizando al Gobierno, poniendo en cuestión la independencia judicial a ojos del resto del planeta, boicoteando la imprescindible unidad de acción o posición-país en situaciones como las que han abordado los australianos. Cabe imaginar que algún iluminado, en su afán de meter al Gobierno en un fregado, habría intentado meter o sacar a Djokovic por la puerta de atrás. Afortunadamente, el episodio tocó en otra parte. Algo así nos habría puesto a prueba, y habríamos suspendido porque en este país la bronquitis está normalizando las anormalidades institucionales, acatarrando, y de qué manera, el sentido de Estado.