Era el tiempo en el que los cubanos cantaban a coro “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”, era el tiempo en el que, a pesar de todo, la dura pelea diplomática entre las dos potencias más grandes del planeta (EE.UU. y la URSS) salvaron al mundo de una tercera guerra mundial; fue el momento en el que misiles soviéticos instalados en Cuba apuntaban al territorio del enemigo real del comunismo: EE.UU. John Kennedy habló; Nikita Kruschev habló. Dos años antes, en 1960, el líder soviético se quitó un zapato y comenzó a golpear sobre su estrado de la ONU, en la Asamblea General, porque precisaba dejarse oír y exigía ser oído. Derecho por derecho; cada uno en su lugar, pero presentes. La maniobra aunaba la posición política de Kruschev y la ética: recinto de discusión al que asistía para exponer sus diferencias, y manifestación de las posiciones contrarias que él defendía. Ese era el signo, porque así estaba tasado aquel momento de la historia de los hombres. Casi medio siglo después de esa imagen consta que el mundo se ha movido. El presidente que fue de la nación más poderosa del mundo arruinó unilateralmente el foro de la discusión y su actuación política se contará como uno de los momentos más escalofriantes de cuentos recuerde la historia de la humanidad. Exclusividad y exclusión, mentiras, fundamentalismo, pasos distraídos sobre los principios de la democracia, liberalismo salvaje y defensa de los intereses de clase más radicales fue su enseña. Así es que fue a Irak para despedirse de lo que destrozó y para sonreír impúdicamente frente a lo que utilizó sin decoro en provecho propio y de lo que representaban él y sus halcones (desvíos de partidas presupuestarias multimillonarias en su Administración incluidas). O lo que es lo mismo, la dignidad y la prestancia moral estaban en otro lado. Lo vimos en televisión, como se vio la legitimidad de Kruschev. Así es que el periodista que conocimos por los medios no pudo aguantar más. Se quitó un zapato y lo lanzó a la cabeza del mamarracho. Falló; no alcanzó lo que quería alcanzar. Al Ziadi enviado a la cárcel y ya se verá. Resumen. Querámoslo o no, las fintas de aquel Bush definen a nuestros fallos; las heridas por tortura y el temor a la desaparición que sufrió Al Ziadi, también. Así es el mundo de los infames. Porque Bush quedó libre a pesar de su repugnante actuación; Al Ziadi no. ¿Quiénes culpables, quiénes inocentes? La respuesta es lo que nos inquieta por su más proterva confusión.