Toca zanjar la cuestión desnudando a los madridistas, situándolos frente al espejo de su alocada obsesión por ganar, acumular títulos o meter goles en el minuto noventa y cuatro. Ha llegado el momento de pararlos en seco, de detener, pero ya, el goteo de chistes, comentarios y burlas, ese afán tan suyo por tocar los pies a quienes, culés, vivimos ahora felices, tranquilos, en paz. Pobres, los merengues. No se han enterado de que el bienestar o la libertad interior no se alcanzan arramblando en la Liga o eliminando, quizá, tal vez, fijo que sí, al PSG. Eso no es vida. Vivir así es morir de amor, por ganar tienen el alma herida, los culés no queremos más vida como su vida, ya no podemos más, siempre se repite la misma historia. Cartas boca arriba. A quienes, merengues y gente de mal vivir, se burlan del momento que atraviesa el Barça, restregándonos en almuerzos, sobremesas y cenas el bache culé, las nulas expectativas, la certeza de que pasarán más de mil años, muchos más, sin rascar títulos o, peor, incorporados al pelotón de los torpes, a ellos, a los madridistas de los viernes, digámosles, pero ya, que lo suyo es un malvivir, ese miedo a no llegar a las finales, el pánico a la temporada en blanco, la condena de tener que ganarlo todo y a todos, pobres, qué horror. Los culés hemos descubierto que la paz interior, el equilibrio, la complicidad de las cartas astrales y el sentido de la vida —piel adentro, donde palpitan los universos interiores— solo se alcanzan cuando, por lo que sea, en fin, tú sabes, no aspiras a nada de nada, ni Liga, ni Copa, ni nada de nada. Ahora sí, somos felices. Antes no. No lo son los madridistas, esclavos del éxito, adictos a la gloria, malcriados por el balón, incapaces de darse una temporada de tregua, inquilinos de la buena suerte, capaces de resucitar cuando no toca. Pobres. Qué vida la suya, lo que están perdiéndose con su obsesión ganadora. Desconocen que la felicidad es otra cosa, los culés lo hemos descubierto. Cuando no aspiras a nada en absoluto la vida se gestiona mejor. Nada pierden quienes nada esperan ganar. Ahora sí, los del Barça encaramos los campeonatos en paz, liberados, conscientes de que lo realmente importante -la familia, los amigos o las puestas de sol- no ocurren sobre el césped. Sufrir es cosa de otros -y ganar, también-. Qué bueno lo que nos ha pasado, de otra forma los culés nunca habríamos descubierto lo mucho que te ofrece la vida durante los noventa minutos que los madridistas desperdician (noventa y cuatro, si van perdiendo) corriendo detrás del balón.