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No sé qué esperaban

No sé qué esperaban. Desde que el tal Zapatero no se levantó, en Madrid, al paso de la bandera norteamericana, para los Estados Unidos no significamos nada. Después, el tibio Rajoy hizo poco para arreglarlo -porque Rajoy en lo que más perdió el tiempo fue en vaciar los bolsillos de los españoles para pagar el desaguisado económico de Zapatero, vía Montoro-. Y ahora Sánchez, que llegó a perseguir al irascible Joe Biden por un pasillo sin que éste supiera ni quién era, no ha sido invitado a la videoconferencia para tratar de los asuntos de Ucrania, convocada por el propio Biden. A cambio, Moncloa colocó en las redes un esperpento de video con Sánchez hablando presuntamente del conflicto fronterizo, pero nadie sabe con quién (si es que había alguien al otro lado del hilo), con una inapropiada camisa roja y un auricular que unas veces estaba en su mano derecha y otras en la izquierda. O sea, que el nota es ambidiestro. España no pinta un carajo ni en Europa ni en el mundo. Mucho menos en el mundo, a pesar de que el “ministro” europeo de Exteriores sea español -Borrell- y a pesar de que Sánchez se esmere en mantener buen feeling con la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, una mujer muy inteligente y muy activa, pero que no le llega todavía a los talones a los grandes padres de la Europa unida. Hemos bajado mucho en influencia, la que adquirimos con Aznar, antes y después de la foto de las Azores, y ahora no pintamos un carajo en el panorama internacional. Hasta Marruecos construye una base en Dajla, frente a Canarias, la antigua Villa Cisneros, en terrenos del Sahara ocupados por el país alauí, que según Naciones Unidas no son marroquíes sino que deberían estar en proceso de descolonización. Como ven, vivimos ante un panorama muy esperanzador, tanto España como Canarias, que forma parte de ella. Todavía.

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