La pandemia también está cambiándonos el lenguaje, alterando o mutando el significado de las palabras, arrebatándoles el sentido que históricamente han tenido. Positivo o negativo han dejado de ser lo que eran, el virus los ha contagiado, se coló en el planeta de los adjetivos imponiéndoles un cambio de papeles. Antes de marzo de 2020 asociábamos a positivo cualquier situación, hecho o circunstancia que produce algún beneficio o resulta favorable para algo, ahí radicaba su prestigio y la empatía que acompañaba al adjetivo en conversaciones, análisis clínicos, balances contables o discursos institucionales. Las referencias positivas iban ligadas a utilidad y optimismo, al lado bueno de las cosas. En la esquina contraria del ring, con calzón rojo, la negatividad siempre se ligó al daño, a lo maligno y perjudicial, al pesimista, a la desvalorización y la denegación. Desprestigiado, negativo siempre había adjetivado y aderezado las peores noticias o momentos. Ya no. Los partes de guerra de la pandemia, los test de antígenos y las PCR le han dado la vuelta a la tortilla, alterando el equilibrio, sentido o convivencia de positivo y negativo. A años luz de lo que fue, ahora celebramos el negativo y maldecimos el positivo, la pandemia les ha cambiado el significado, ahora positivo es negativo y negativo es positivo. Los adjetivos asisten a un intercambio de papeles, a la mutación del sentido de las palabras. Positivo asiste al final de su reinado, a su progresiva sustitución por adjetivos alternativos, a la creciente utilización de sinónimos que permitan esquivar al ahora término maldito o, en su defecto, a la coronación de la expresión en la que se empiezan a refugiar (bueno o razonablemente bueno, preferentemente) quienes de meses a esta parte evitan pronunciar la palabra más odiada del momento: positivo. Los balances, gestiones o experiencias son ahora buenas o satisfactorias, en modo alguno positivas porque afirmar que algo ha sido positivo sembraría confusión o, peor aún, alarma. Al otro lado de la red, negativo disfruta estos meses de un prestigio inédito. La ola ómicron ha elevado a negativo al altar de las palabras más deseadas, ahora goza de la admiración, cariño y simpatía del gran público, alivia, llena las salas de espera o los salones de sonrisas, gusta. La pandemia no se conforma con bombardearnos el ánimo (aunque, siendo justos, cabe recordar que algunos ya lo traían bombardeado de fábrica). El virus ha ido más allá, está alterando el sentido de las palabras, cambiándonos el lenguaje, provocando que huyamos del positivo y brindemos por el negativo, obligando a que nos refugiemos en satisfactorio o bueno.