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Queda un espacio vacío

El lunes se me murió un amigo. No sé si está en alguna parte. Yo no creo en nada, ni siquiera en que el alma es energía y la energía no muere, ni en todas las gilipolladas que se inventan los que no tienen nada que hacer. Sólo sé que José Carlos ya no está. Hablé con él la víspera, el domingo. Se quejaba, pero sin quejarse del todo, de su mala suerte en la profesión. Vivió rebotado de un medio a otro en este oficio de idiotas idealistas. Ya dijo Oscar Wilde que la literatura no se lee y que el periodismo es ilegible. José Carlos Alberto Pérez-Andreu era un buen periodista, pero un periodista al que nunca le iba a tocar la lotería. Un periodista con una mala salud de hierro, como decía de sí mismo César González-Ruano. Y, sí, la canción de Alberto Cortez transmite una letra rigurosa: queda un espacio vacío. Lo cierto es que, en su homenaje, no he podido conciliar el sueño la noche después, ni siquiera he tenido valor para llamar a su padre, porque no soy dado a los pésames aunque me toque redactar los obituarios en todos los periódicos que han visto una letra mía. Ruano escribió un grueso tomo de necrologías, a cual más literaria y ocurrente. A mí me puede la tristeza, así que no me propuse lucirme cuando redacté el obituario de José Carlos. Tenía 51 años, es decir, que no le tocaba irse de aquí. Las palabras se terminan, o suenan huecas, cuando uno quiere dar giros en el aire para glosar una vida y anunciar una muerte. Sólo sé que su desaparición me parece tremendamente injusta, por lo precipitada y brutal. Había anunciado su insomnio en las redes, no se encontraba bien e incluso tampoco se sentía comprendido en su último trabajo. Da igual todo ya; estará por ahí, buscando una noticia que darnos y que no encuentra.

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