el charco hondo

Trampas al solitario (1)

Regaderas con flores, teteras, jarras de agua de porcelana, botes de cerámica, soperas, botellas de cristal, toallas de felpa, bañeras victorianas, posavasos de vinilo, espejos de pared con diseño de macramé, portavelas de cristal, maletas de época, quinqués o cajas de lata, entre otros elementos. Cualquier objeto decorativo, del periodo comprendido entre los años veinte y setenta, ayuda a crear la atmósfera retro (vintage) que algunos buscan para la casa o, en su caso, en restaurantes, hoteles rurales o establecimientos de cualquier otra naturaleza. Un salón con estilo vintage no debe desembocar en un trastero de antigüedades o piezas de anticuario. El acierto exige un equilibrio entre piezas de determinadas décadas y otras que, contemporáneas, se asocien adecuadamente. Tapizados, frescos con motivos florales, plantas en los rincones y lámparas de araña se incluyen en el catálogo de elementos aconsejados para respirar a épocas pasadas, pero sin pasarse. Contrariamente a lo que se cree, lo retro no se limita a determinadas tendencias y ambiciones decorativas; también se puede apostar por lo vintage en el ámbito sanitario, decretando niveles y medidas de época o aforos de anticuario para frenar una coyuntura epidemiológica contemporánea, para plantar cara a una ola de contagios que difícilmente menguará con fórmulas concebidas para el año pasado o el anterior. El propósito de combatir el huracán de la ómicron bajando las persianas describe una iniciativa puede que bienintencionada pero inútil, vaga. Aunque se modulen o dulcifiquen, limitarse a sacar del baúl, una vez, y otra, y otra más, los niveles uno, dos, tres o cuatro (baterías de restricciones pensadas para los contextos que sufrimos en 2020 o 2021, tramos de la pandemia que se parecen poco al actual) desprende el olor del autoengaño y las sustancias placebo. Estamos haciéndonos trampas al solitario. A estas alturas, en lugar de perder energías decidiendo si en la mesa deben sentarse seis u ocho, y en vez de lanzar cientos de restricciones mayormente desconocidas o ignoradas, los gobiernos deberían concentrar sus esfuerzos en trasladar un catálogo de mínimos, tres, cuatro o cinco recomendaciones básicas y útiles (aplazar o reducir el contacto con perfiles vulnerables, sacrificar algunos planes y quitarse la mascarilla solo lo imprescindible), un manual de buenos hábitos, sencillo, y reconocible, que ayude a amortiguar de forma más realista el impacto del contagio masivo. La embestida de ómicron, posiblemente el último zarpazo del virus, no se combate con regaderas de flores, niveles, toallas de felpa, aforos, posavasos de vinilo o decretos de olas pasadas.

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