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Un sueño de autopista

Cuando me desperté corrí al ordenador para que no se me olvidara el sueño, cosa que suele ocurrir. Me paré en la cuneta al ver al ingeniero que dirigía el final de los trabajos para preguntarle sobre algunos datos de la gigantesca obra. “Yo no sabía que Tenerife podría tener dos pisos algún día”, le dije. Y él apuntó la frase para soltarla en las entrevistas que le harían los periodistas. Tengo clara la visión, apoyados ambos en el murito del margen izquierdo (el que da al mar) de la nueva autopista del norte, sentido descendente, todavía sin la malla de protección. Allá abajo se veía una vía auxiliar, igualmente sin terminar, que llevaría el tráfico a los pueblos, desde la Isla Baja a Santa Cruz. Y arriba, la gran autopista, incluso empedrada con baldosa canaria en los tramos de lujo que atravesaban la parte alta de las ciudades y los pueblos. “¿Y cuánto cuesta todo esto?”, pregunté. La cifra era escandalosa: “106.000 millones de euros”. “Sólo falta barrer y dar manguera para quitar el polvo”, añadió aquel hombre alto, de pelo blanco, que dejó su tarea para hablar conmigo. El sueño era de lo más idílico porque la pesadilla actual de la isla de Tenerife son las colapsadas carreteras, sin que nadie tenga todavía una solución. No había tráfico en la autopista de arriba. Es más, pude bajarme del coche, aparcarlo en el margen derecho y cruzar hasta el arcén izquierdo sin demasiados problemas. Cinco carriles. Desde allí se veía, en la costa, la obra de la vía litoral, aún con tramos de tierra a falta de que actuaran las máquinas de asfaltado. No es la primera vez que sueño con una isla de dos pisos, ni con la obra de una autopista del norte sin acabar, pero avanzada. Es el puto subconsciente. Este es un homenaje al sufrimiento de quienes tienen que ir a Santa Cruz todos los días y volver al norte. Y viceversa.

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