el charco hondo

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He perdido la cuenta, pero llevaba bastantes meses sin recibir un mensaje suyo. Señales, sí, quién no; pero, afortunadamente, ni un solo whatsapp. Ojalá tengas en 2022 el año que te mereces -me escribió, ayer-. El año que mereces siempre ha sido un deseo agridulce, ambiguo; dependiendo de quien lo haya escrito puede interpretarse como un deseo bienintencionado o cargado de veneno, fértil o estéril, amigable o malamente concebido, empapado en bilis. Ojalá tengas el año que te mereces, me escribió el virus. Ojalá tengas el final que mereces, pensé, claro que no tuve agallas para enviárselo. ¿Puedo preguntarte algo?, le dije. Sabes que sí -me dijo-. ¿Son cosas mías o estás dejándome para el último turno?, escribí, arrepintiéndome de inmediato, porque a estas alturas prefiero no saber demasiado. Te lo pregunto -añadí- porque ya no sé si te tuve, te tengo o estoy a las puertas. No quiso darse por aludido, continuó la conversación obviando mi pregunta, y lo agradecí. Te reconozco que estoy algo cansado, estas semanas no he parado -me espetó, con esa vanidad que jamás ha disimulado-. Ahora ladras más pero muerdes menos, le respondí sin medir lo que estaba diciéndole, deseando no habérselo enviado, temiendo represalias por hacerle ver, cara a cara, frente a frente, móvil a móvil, que ómicron huele a traca o suspiro final, último latigazo, apoteosis que lo dejará a las puertas del descenso de categoría, de pandemia a epidemia, de olas a repuntes, asimilado cuando ésta se desplome (cerca, según cada vez más voces autorizadas) a los procesos gripales del montón. No te tendré en cuenta el tono de tu último mensaje, me respondió. Te lo agradezco, le dije, pero entenderás que estemos deseando que bajes a segunda división. Normal, estos años lo he bordado, aunque sí, ahora contagio más pero mato menos, la edad, supongo -dijo-. Sabemos que te quedarás por aquí, siempre, pero se acumulan los datos que cuentan que pierdes fuelle -le escribí, con ganas de dejarlo ahí-. De momento, seguiré jodiéndoles la vida un par de semanas, ya veré que hago después -concluyó, bajando un poco el labio-. Quise entender que daba por finalizada la conversación, mejor así. Aunque no se lo anuncié, ésta será la última vez que intercambie mensajes con él, salvo que, en fin, mejor ni pensarlo, espero que no. Cuando creí que no recibiría más mensajes, entró otro. Cuídate, me dijo -así, sin segundas intenciones-. Cuídame, le respondí intentando ser conciliador.

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