después del paréntesis

El hombre menguante (y 2)

Lo que, en realidad, se aviene a la relación del uno hacia los otros en altura es lo que el gran psicoanalista francés Jacques Lacan estudió: la condición de “amo”. Lacan llegó a conclusiones eminentes. La una: individuos amarrados a la imposibilidad de relación con los otros. Los seres humanos operamos por correspondencia, incluso por correspondencia desinteresada. Por ejemplo, soy escritor y otro escritor amigo se manifiesta. Yo lo apoyo ponderando públicamente su libro, etc. Aquí ese no es el caso: el esclavo cumple, el amo se resiste a la crítica o a comprar el libro. Lo que determina ese rango del “amo” es lo “inacabado” frente a su contrario, la “plusvalía”. Y ello compite con lo que estos personajes representan para Lacan: solo alcanzan las “migajas del goce”. Escribe el maestro: se proponen dominar la verdad alejándose de los sentidos.

En la explicación psicoanalítica, el “dueño” es el “amo” del falo y el señor de la exclusividad. De lo cual se deduce (cual podemos leer en algunos cuentos de Borges, Hombre de la esquina rosada, El muerto…) que falo es puñal. Ahí lo aplastante del asunto: el “amo” no comparte sino constata, manifiesta y se impone; y ahí el sinsentido y lo siniestro: para el “amo” lo “verdadero” depende de mí (“¡De mí!”) y eso no es cierto. La literatura no es Homero o Shakespeare o Faulkner, la literatura es Homero, Shakespeare, Faulkner y… ¿Por qué? Por la conclusión a la que llega Lacan: lo verdadero no se saca de la proposición, porque en la proposición solo se constata el hecho (amo-exclusividad) y no el lenguaje. En la proposición (ve a buscarme los libros a la biblioteca) se descubre la desmesura del ser; en el lenguaje, el enigma; en la proposición lo preciso y arbitrario, en el lenguaje el sistema, los cánones que nos permiten comunicarnos. O lo que se instituye: nos encontramos ante el sujeto limitado (amo) frente a los sujetos (otros) capacitados.

Esa es la trama, lo que Lacan llama “el plus de goce”. Imposible para el amo semejante experiencia, en tanto él solo arrincona a los que pretende (solo pretende) dominar, condicionar.

El “plus de goce” consagra la “repetición”. Ahí la instancia verdadera del ser, del ser que se comparte en pareja (por ejemplo) o en amistad o en ecuanimidad. Pero el amo no se aviene a ese sentido. En su estado se descubre lo único, lo supuestamente distinguido, lo incondicional, lo soberano, lo intratable… En esencia el amo es autoridad, penetración y sometimiento.

El hombre menguante.

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