Hay novelas o películas que se cierran mal, quedan cabos sueltos o piezas que no encajan, despiden al lector (o espectador) sin respuestas. Conscientemente o no, escritores y guionistas renuncian a hacerse preguntas imprescindibles, las que dan sentido a la trama y hacen que todo cuadre. Algo parecido está pasando con la implosión del PP. El relato de la crisis está incompleto, falta algo. La opinión pública lleva siete días asomada a escenas de canibalismo mal disimulado, al comportamiento de colaboradores, amigos, protegidos y aduladores orgánicos que, al dictado del manual de supervivencia, han arrojado a su presidente a la hoguera sin temblarles el pulso ni pestañear, mostrando a los distraídos el lado más oscuro, gélido y carnívoro de los partidos, de los cargos públicos y orgánicos, animando a bucear en los instintos básicos para leer e interpretar correctamente lo que le ha pasado a Casado. Cunde la sensación de que el rompecabezas está completo, presentación, nudo y desenlace; y no, pero no. La película de la crisis está mal rematada, una pieza no encaja, el cabo principal sigue suelto. Falta algo, una pregunta, ¿sabemos por qué en el PP han fusilado a Pablo Casado?, ¿lo han ejecutado por sacar a la luz contratos puede que irregulares, por haber estado cuatro meses con esa información guardada en un cajón o porque los activos del partido, Ayuso, por ejemplo, merecen el blindaje de la ley del silencio? La pregunta parece tan pertinente como las dudas (o certezas, según se vea) que genera la velocidad con la que han sacado de la carretera a Casado para que Ayuso siga circulando plácidamente. ¿Cuál fue el pecado del presidente del PP, guardarse la información, airearla cuando le interesó o dañar electoralmente al partido contando en público lo que según los verdugos solo debe hablarse en privado? Casado perdió cualquier resquicio de autoridad -y credibilidad- guardándose durante cuatro meses informaciones comprometedoras que utilizó finalmente como munición. Sin embargo, en el PP nadie pregunta por el asunto de fondo, por los contratos. Ahí es donde la cosa chirría, despreocuparse o desentenderse de lo sustancial -las contrataciones- es una mala señal. Por lo demás, sería saludable que se miren con lupa los contratos millonarios concedidos durante el estado de alarma en la comunidad de Madrid, sí, y en todas las regiones, también. Ya que se ha abierto el melón, no debe bajarse el telón sin echar un vistazo a lo que se contrató -deprisa y corriendo, de aquella manera- mientras los contribuyentes aplaudíamos en ventanas y balcones.