el charco hondo

Implosión (y 4)

El PP de Casado ya se conjuga en pasado bastante imperfecto. Si con malas artes lo encumbraron para cortar el paso a Soraya Sáenz de Santamaría -de aquel error, estos lodos- con malas artes lo han echado de casa. La exhibición pirotécnica de estos días va a tal velocidad que, intencionadamente o no, parece no haber interés en detenerse un par de minutos con el balance, con la radiografía del ciclo que terminó con Casado abandonando el Congreso (la escena de los diputados de pie, aplaudiéndole, da escalofríos, estremece). La llegada de Casado a la presidencia del partido fue tan causal como casual. Aquellos a los que Sáenz de Santamaría cortocircuitó desde el Gobierno se conjuraron para evitar que la mano derecha de Rajoy se pusiera al frente del partido, y por allí pasaba Casado, fontanero, flojo pero suficiente para sumar más que la vicepresidenta, moldeable, manejable. Consumada la vendetta, los padrinos volvieron a lo suyo y dejaron a Casado volar más o menos libre, embarcándose el presidente del PP en un relato fluctuante, confuso. Quiso Casado tener tantos perfiles, cabalgó sobre relatos tan contradictorios, que, como ya le había pasado con anterioridad a Albert Rivera, acabó sin discurso, irreconocible. Improvisó. Dejó que los vecinos -Abascal, especialmente- le marcaran el paso, contaminándolo, provocando que simpatizantes o votantes intermitentes acabaran sin saber a qué atenerse con este PP. Ahora que solo se habla de personas, lo verdaderamente sustancial es preguntarse qué PP pretende Feijóo. El país necesita un partido que no especule, reconocible, con un discurso definido, previsible, identificable, un PP capaz de hacer oposición con sentido de Estado, permeable a los grandes pactos que no han podido firmarse. A Casado lo han desterrado por lo de Ayuso o, quizá, tal vez, porque los generales del partido buscaban una excusa para sacudirse a Casado y Egea, la encontraron, les tendieron una trampa y la torpeza de presidente y secretario general puso en bandeja el ajuste de cuentas. Casado ha sido el delfín de Aznar (ahora agazapado, pero arquitecto del muro que se levantó para dejar fuera a Sáenz de Santamaría) como Verstrynge lo fue de Fraga, y en alguna parte está escrito que la maldición de los delfines -juguetes abandonados, rotos- consiste en irse al fondo del océano sin llegar a la Moncloa. La empatía que pueda generar la repentina soledad de Casado -tanto ensañamiento- no cambia un balance, el suyo, ciertamente pobre. La implosión de su PP ya es historia. Ahora lo que importa es saber qué PP pretende Feijóo.

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