Me enteré tarde de la muerte de mi buen amigo Juan Domínguez del Toro. Tenía 88 años y hacía tiempo que no hablaba con él. Y Zenaido Hernández, que es un buen periodista además de un reputado criador de pastores garafianos, escribió aquí un obituario perfecto de Juanito Domínguez, ahorrándome a mí la tristeza de elaborar el glosario final del amigo. Juan, que tenía un especial sentido del humor, fue uno de los padres de nuestro Carnaval y un hombre público de vocación. Siempre cuento la misma anécdota y la voy a repetir. Fuimos a Bruselas, o a Amberes, a preparar la Europalia de hace tropecientos años. Nos teníamos que levantar temprano al día siguiente porque nos recibía el alcalde de la ciudad. El hotel tenía incorporados relojes despertadores en la cabecera de las camas art-decó. El reloj de Juan no funcionaba, pero él tampoco sabía idiomas. Llamó a recepción y le dijo al empleado: “Oiga, señor, tic-tac-tic-tac-tic-tac no ring-ring”. Y subieron a ponerle en hora el reloj incorporado al cabecero de su cama. Fue aquel un inimaginable ejercicio de interpretación de los sonidos que no olvidaré jamás. Era Juan una gran persona, que quería como muy pocos a su pueblo, Santa Cruz, y que trabajó por la ciudad como un titán, sobre todo desde el Ayuntamiento, cuando en los ayuntamientos nadie cobraba un duro, sino que los concejales se gastaban su dinero en beneficio de los demás. Triunfó en el mundo del azúcar, una industria que dominaba, y dejó detrás dos hijas preciosas que le dio su esposa, Mónica, también fallecida. Y una nietita. Bueno, pues ya dije que me enteré tarde de su marcha, pero conste que lo tengo muy presente y que es de esas personas que dejan huella, incluso sin proponérselo. Era un caballero y un enamorado de la isla de Tenerife, en la que vivió toda su vida. Hasta luego, amigo.
Juan Domínguez del Toro
Me enteré tarde de la muerte de mi buen amigo Juan Domínguez del Toro