después del paréntesis

México

Se llamaba Israel Vázquez. Era un periodista del diario digital El Salmantino de Guanajuato, en México. Y ocurrió en la mañana correspondiente lo que, por desgracia, suele pasar en ese país: el encuentro de un cadáver en condiciones prodigiosas. Así que el joven, con condiciones manifiestas tanto físicas como profesionales, corrió al lugar con el fin de denunciar el suceso. Y lo vio: una cabeza humana metida en un recipiente de vidrio, vísceras en una bolsa de plástico y un corazón que no supo colegir bien si aún latía, como en los ritos pasados de sus aztecas en atención al Dios Sol, o si era un trofeo de quien remató al que ante sí se encontraba.
Lo que acentúa el horror en México no es tanto la imagen pavorosa de la violencia desmadrada cuanto las cualidades que la violencia exhibe. Infinidad de ejemplos: una mañana los ciudadanos encuentran el cadáver de una famosa cantante colgada en el puente de una autopista, porque las letras de sus canciones no agradaban al preboste tal; o que la actriz que espera a su hijo en la puerta de la escuela caiga fulminada por disparos a causa de su último papel; o que el día de cumpleaños un grupo acceda a la casa decidida y barra con escupitajos de ametralladora a toda una familia, abuelos y niños incluidos, porque esa gente es contraria al factótum del clan cual; o que un grupo de turistas cene plácidamente en un restaurante de Veracruz y unos individuos accedan al lugar y rematen a todo el que se encuentre allí porque…
Los datos son aplastantes. Frente a la tercera ciudad más violenta del mundo (Caracas), las dos primeras se encuentran una en el norte de México, Tijuana (138 muertos por cada 100.000 ha.), y otra en el sur, Acapulco (111); y las que siguen rematan: Ciudad Victoria, Ciudad Juárez e Irapauto. Aparte de los homicidios, las violaciones son el santo y la seña de semejante conducta. De lo cual se deduce el espanto: de las seis urbes más sanguinarias del planeta, cinco son mexicanas.
¿Los cárteles de la droga sustentan el conflicto? No del todo; no se trata de guerras intestinas entre bandas; se trata de la consumación de la brutalidad.
Eso ocurre. Israel Vázquez fue allí con sus 34 años porque allí había algo que contar. Como precisó que los coches no aplastaran su tesoro, lo protegió. El rifle que vigilaba, apuntó y lo acribilló. Periodista muerto. Eso ocurre.
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