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Ordenando mis recuerdos

Ahora que escribo un libro, por el momento sin rumbo definido, pero que avanza, recuerdo los días pasados en la triple frontera del río Paraná, con un puente que permite transitar por Brasil, Argentina y Paraguay en minutos. La ciudad se llamaba Puerto Stroessner, pero tras la asonada militar contra el tirano, en 1989, y la llegada de la relativa democracia a Paraguay, Puerto Stroessner pasó a denominarse Ciudad del Este. El dictador se refugió en Brasil, donde murió muy viejo. Yo conocí Puerto Stroessner, y no Ciudad del Este, cuando aquel territorio era un vivero de contrabandistas. Hoy es una próspera urbe llena de tiendas, en la que entran, por el Puente de la Amistad, construido sobre el río Paraná, cerca de las cataratas de Iguazú, miles de turistas cada día. Paraguay es más barato que Brasil y que Argentina. Crucé aquella frontera de noche, por el Puente de la Amistad, cuando en aquella época era una temeridad. Había una garita, cruzada la línea fronteriza, en territorio paraguayo, y en el suelo habían trazado una gruesa raya blanca con la palabra “Pare”. Yo iba en coche, con una amiga argentina. Pisé el freno, pero no había nadie. No quería avanzar, no fuera a provocar un disparo por la espalda de algún celoso centinela invisible. Toqué la pita. De la ventana de la garita asomó un pie descalzo que se movía en dirección a Paraguay. No sabía lo que debía hacer. Toqué de nuevo el claxon y entonces apareció la punta de un fusil y la cara de un somnoliento aduanero que me gritó: “¿Pues no le he dicho que pase?”. Continuamos nuestro camino, muy despacio, mosqueados por la simplicidad del trámite. Yo no me acuerdo de que nos sellaran los pasaportes. He buscado ese sello en mi colección de pasaportes y no lo encuentro. Compramos de todo en Puerto Stroessner y regresamos por el mismo Puente de la Amistad. Pero ya era el día siguiente y estábamos en Brasil.

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