Después de años con restricciones motivadas por la dichosa pandemia, cabe confiar en que volveremos a tener oportunidad de disfrutar de uno de los placeres que se ha ido perdiendo: el paseo urbano. Al menos allí donde hay pueblos y ciudades, con plazas y avenidas aptas para su utilización con esa finalidad y en las que se hizo práctica o costumbre a las horas que, según las circunstancias, eran propicias o más frecuentadas. Hasta dar vueltas a la plazas fue un ejercicio común en el pasado, una distracción más de aquel conjunto de hábitos o usos sociales que era, en si mismos, una seña de identidad. Los cambios en las fisonomías, las sustantivas modificaciones en el desenvolvimiento de la sociedades y la multiplicidad de alternativas para el ocio y el tiempo libre fueron aportando a través de décadas nuevas formas de convivir. Se diría que la pandemia –y los confinamientos respectivos- han venido a dar el tiro de gracia al paseo urbano, el que protagonizaban todas las generaciones, el ansiado para despejarse, para respirar allí donde la contaminación no lo invadió todo, para gozar de la vitalidad de hijos y nietos, para dar continuidad a la coexistencia, para contrastar, al paso, los procesos de crecimiento, madurez y envejecimiento.
Distintas causas son las originarias de haber perdido el sentido de haber salido a la calle, simplemente a dar un paseo, sin otra finalidad utilitarista. A matar un par de horas, o una simplemente, como se diría en la jerga pueblerina. Se habla de la visión pesimista de la ciudad, de la consideración de espacio inhóspito hasta el punto de que casi hay que huir de él. Hasta autores como el francés Charles Baudelaire, poeta –el de mayor impacto en el simbolismo galo-, ensayista y crítico literario, mantuvo una relación dialéctica con la ciudad, pues esta es una realidad plural, dinámica y compleja. Pero, en todo caso, tal como han publicado la investigadora de la Universidad de Oviedo Isabel Argüelles Rozada y el profesor titular de Filosofía de la misma Universidad Vicente Domínguez García, Baudelaire defendió la necesidad del artista moderno de mezclarse entre la multitud para capturar instantes estéticos en los sitios más inesperados”. No hace falta decir que la imagen, lo audiovisual, y ahora lo digital ha podido con todo y con todos.
Por eso, los paseantes ya no salen pese a que siguen siendo figuras solitarias que acaban necesitando escapar, por unos momentos, del desamparo urbano. Por consiguiente, recuperar la urbanidad es un reto, un factor que ha de contribuir a la cohesión, esa que se ha resquebrajado tanto que ni los sepelios sean lugares de encuentro y de paseos ocasionales. Los investigadores citados señalan que “la ciudad es el único espacio físico donde los distintos actores sociales podemos ser y estar. Todo lo demás son simulaciones virtuales que no fomentan la comunicación genuina, sino el repliegue del individuo”.
El paseo urbano. Para recuperar valores. Y para avanzar, pues.