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¿Qué meto?

Cuando uno intenta escribir un libro de crónicas, que al final e inevitablemente se convierte en un libro de memorias, lo más difícil es la selección de los temas. ¿Qué meto en el relato y qué me callo? He ahí la cuestión. De momento, los capítulos salen como churros pero lo más importante es lograr mantener el interés de los lectores. Los libros tienden casi siempre a volverse tibios al final, a no ser que seas un portento de escritor y yo parece que no lo soy, o lo soy a ratos, como todos los cronistas que se precien. El otro día escuché a Vargas Llosa decir que él escribía por la mañana, antes de salir a caminar, y me da que, como don Camilo, el otro Nobel escribe con pluma, o al menos ese gesto hizo durante la entrevista con María Casado en TVE. Yo escribo casi siempre de noche, porque por el día me dedico a preocuparme de mis últimos estertores con Hacienda y de las voladas de guerras y disparates de Putin, Pedro Sánchez, Boris Johnson y demás idiotas de la política. Incluso he celebrado el triunfo de la derecha en Castilla-León y el ridículo de Tezanos. Me queda por celebrar el otro ridículo, el de los premios Goya. Ahora me llama más gente por teléfono, es decir, que sufro una mala racha, y lo atribuyo a algunas apariciones en las redes, muy a mi pesar. En fin, que me ilusiona este libro y que lo voy a terminar; otra cosa es el momento de su edición, aunque yo apostaría por octubre o por convertirlo en un libro de verano, ya se verá. He hablado con varios amigos que contribuirán a su edición, porque aunque yo he ganado mucho dinero con mis libros –y me lo he gastado–, tras mi jubilación he hecho voto de pobreza. Para no ser tan disperso, concluyo que, por lo menos, ando más entretenido.

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