tribuna

Al compatriota Julio Hernández

Por Francisco García-Talavera Casañas. Me siento orgulloso de participar en el sentido homenaje -propiciado po Le Canarien Ediciones- a mi querido y siempre recordado amigo, el Profesor Julio Hernández García, un canario de corazón, auténtico.

Él, en el contundente prólogo de uno de mis primeros libros, entre otras inmerecidas palabras de elogio hacia mi persona, decía: “Paradigma del nuevo guanche que ya nació. Del nuevo hombre y mujer hablamos; con nuestro acento -¡tan importante como un idioma!- y con esa mirada canaria, atlántica…”. Sentidas palabras a las que yo le doy la vuelta, cual boomerang, y las revierto hacia él. Julio Hernández era eso y más, mucho más, pero desgraciadamente ya no está entre nosotros.

Julio fue un buen profesor, un hombre con decoro, como a él le gustaba calificar a las personas que apreciaba, haciendo suyas las palabras del padre de la patria cubana, e ilustre hijo de la tinerfeña Leonor Pérez, José Martí:

“Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que lo maltratan, no es un hombre honrado… En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que le roban a su pueblo la libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”.

Pero, sobre todo, fue un gran patriota, y ese es el aspecto que más me gustaría destacar de su figura. Enamorado de Cuba, le dedicó a la Perla de las Antillas gran parte de su obra, siempre focalizada hacia la secular emigración canaria a América, como también lo hicieron Ana Lola Borges, Manuela Marrero, Manuel Hernández González, Manuel de Paz, Francisco María de León, Manuel M. Marrero, David W. Fernández y tantos otros importantes historiadores de nuestra tierra, o allegados a ella, que narraron de manera certera la azarosa vida del emigrante canario, y el ingente papel que desarrollaron en la conquista, colonización y conformación de la naciente sociedad mestiza del Nuevo Mundo.

Nuestro añorado Julio también cita a Vargas Llosa. Para este laureado autor suramericano las conexiones entre el peruano y el canario son evidentes: “Cuando yo llegué a Madrid por primera vez, siempre me sorprendían los españoles preguntándome si era canario, porque luego supe, una vez que fui a las Islas Canarias que, efectivamente, nuestro modo de hablar, nuestra fonética, nuestro “tempo” verbal, era prácticamente el mismo”. Para añadir nuestro recordado compatriota: “El acento, pues, nos cofunde: tal ha sido la importancia del isleño en América, que el sabio Ramón Menéndez Pidal no dudó en escribir que “Canarias ha sido la región de España que más ha influido en el habla de América”. Y sentenciar finalmente nuestro añorado amigo: “En América el canario y el peninsular español han sido cosas distintas, y, por ello, han merecido trato distinto. La mejor cédula del emigrante en América es decir que ha nacido en las Islas Canarias. Y se siente distinto el canario. No le demos más vueltas: llamarse isleño en América es más importante que llamarse español. Es un santo y seña: ¡Somos los únicos isleños del mundo! Es la fuerza del acento, de nuestro dialecto”.

También nos presenta nuestro homenajeado autor unas sentidas palabras de Fidel Castro escritas en la carta prólogo incluida en un libro de su íntimo amigo, el isleño Francisco González Casanova, a quien entre otras cosas le dice: “…No sé si alguna vez te habrás preguntado el por qué los cubanos, siendo como somos isleños, jamás nos hemos dado el título”. Para añadir a continuación: “Cuando Cuba era colonia de España, y Canarias estaba considerada parte de la metrópoli, nunca se les ocurrió a los cubanos incluir a los canarios entre sus dominadores”. Y continúa diciendo: “El canario fue por excelencia el más humilde de los inmigrantes. Él no marchó a Cuba en plan de opresor o de explotador. Vino a trabajar y a luchar a nuestro lado, ayudó a forjar el país con su proverbial laboriosidad, sufrió con nosotros, combatió, creó una familia, y se dignificó también al fin, junto a todo el pueblo, en la patria libre y revolucionaria de hoy. Es más, hizo un aporte muy valioso al carácter del cubano”.

Y refiriéndose al supuesto “aplatanamiento” del canario que con frecuencia le imputa el peninsular, dice: “El isleño es un trabajador muy humilde y muy honrado; de una gran seriedad, pero cuando explota hace temblar…”

Y como posdata, en esta carta-prólogo le hace la siguiente confesión a su amigo: “Me olvidé mencionarte que por parte de mi madre llevo con honor un porcentaje de sangre isleña”.

Como decíamos, para Julio Hernández, el principal país americano receptor de inmigrantes canarios fue Cuba. Y así, en su obra La emigración canario americana en la segunda mitad del siglo XIX (1981) nos comenta: “Cuba es, con notoria diferencia respecto a los demás lugares, el país que recibe más inmigrantes canarios: (…) en la segunda mitad del siglo XIX emigraron a la Gran Antilla entre cincuenta y sesenta mil canarios, incluyendo la emigración clandestina”.

Para finalizar, me gustaría añadir una síntesis de mi visión sobre el tema que estamos tratando, ya comentada en otra ocasión:

“Es durante la conquista y colonización de América cuando comienza el continuo trasvase de canarios al Nuevo Continente. Al principio (la mayoría guanches o sus descendientes) fueron reclutados forzosamente como tropa de combate en la expansión imperialista hispana, pues ya habían probado sus excelentes cualidades guerreras durante la conquista de este Archipiélago. Por lo tanto, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la llegada de canarios a América comenzó desde el mismo momento de su descubrimiento y conquista. Ya en sus primeros viajes del Descubrimiento, Cristóbal Colón partió desde La Gomera, en donde había enrolado a algunos naturales de la isla, además de todo tipo de vituallas (víveres, agua, ganado, plantas…) con destino a la Española (hoy República Dominicana y Haití).

Aquellos valientes, honrados y humildes emigrantes y colonos isleños sembraron América de ciudades (algunas tan importantes como Montevideo o San Antonio de Texas) y pueblos fundados por ellos, donde dejaron, junto a sus genes y apellidos, su honestidad, humildad y capacidad de trabajo, así como su original impronta y cultura isleña, que también se puede reconocer en el habla de esas naciones.

Mi más sincero reconocimiento a todos y cada uno de los autores representados en esta obra colectiva (y a los que no figuran aquí, también), que han sabido plasmar, cada uno desde su perspectiva y enfoque personal la secular e inconmesurable labor de los canarios a lo largo y ancho de América.

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