Resulta vergonzante, y obsceno, pero también necesario; a la espera saber cómo evoluciona el conflicto -con un órdago nuclear sobre nuestras cabezas- debemos tirar de calculadora para echar cuentas y pintar, a lápiz, los daños colaterales que las réplicas del terremoto ruso van a causar (ya están haciéndolo) en la economía de las Islas. La incertidumbre es mala compañera de viaje, pésima. La recuperación vuelve a enfriarse, y a peor. Las ondas expansivas de la invasión que tiene contra las cuerdas a los europeos, en particular, y al planeta, en general, alcanzarán a Canarias, y de qué manera. El volcán de la inflación cubrirá a cada vez más sectores con lenguas de lava, dando pie al efecto dominó que traen consigo las tensiones en el mercado de los combustibles, con el consiguiente incremento de los billetes de avión. Y el miedo, igualmente invasor, sembrará un repliegue del consumo, del ocio, del turismo que necesitamos para salir del hoyo donde nos metió la pandemia. La guerra anima a quedarse en casa, y a bajarse del avión, golpeándonos en la línea de flotación. Da vergüenza, sí, pero sería una irresponsabilidad mirar para otro lado, limitarnos a cerrar los ojos y desentendernos del impacto que la guerra tendrá en la economía -luego, en el empleo-. Como me ha recordado David Morales (buen analista, y amigo) duración y afección van de la mano, elementos a los que debemos añadir factores como la extensión o modelo de conflicto, qué decir del incremento de los costes de producción, dificultad añadida que se extiende cual mancha de aceite por las distintas ramas del árbol de la prestación de servicios. Operadores públicos o privados se verán obligados a reescribir sus viabilidades y objetivos, cambios que los consumidores acabarán digiriendo más pronto que tarde. Si no bastara con esto, cabe meter en el catálogo de incertidumbres la hipótesis de que el conflicto derive en guerra cibernética, impulsando la transición del miedo al pánico, al caos. Resulta vergonzante, y obsceno, detenerse en estas cuentas. Sobra decir que muertos, familias rotas y desplazados deben estar siempre en primera línea de la inquietud, pena y repulsa que la guerra debe generarnos; sin embargo, las réplicas del terremoto no deben obviarse, ni esconderse. Hace dos años la pandemia dejó al elefante turístico en un coma inducido, obligado. Ahora que el elefante volvía a ponerse en pie, recuperando aliento y empleo, una guerra vuelve a ponerlo de rodillas. Si el conflicto se alarga, descontrola o extiende, la recuperación económica de las Islas volverá a esfumarse.