Lo que la consagración de Putin en el poder, lo que lo hace intratable, lo que determina perseguir y encarcelar a los opositores o a los contestatarios, lo que lo convierte en un verdadero dictador (por maniobras impúdicas incluso desde el parlamento) es el stalinismo que lo educó. El modo de proceder de Putin afianzó a Stalin en la URSS. O lo que es lo mismo, ese modo de actuación política es lo que han heredado los arrimados a la potestad en la Rusia después de Stalin. Putin se consagró en la función, miembro de la terrorífica policía que fue la KGB (el Comité para la Seguridad del Estado). Lo cual confirma lo que ante los humanos, cercanos y vecinos, implanta, de la anexión de Crimea, la dominación de Bielorrusia o los enclaves del norte de Ucrania. Y se deduce que una cosa es la ideología y los valores que las ideologías otorgan (caros Lenin y el asesinado Trotsky) y otra es el posicionamiento particular de los individuos, el nacional-imperialismo desmedido, el ansia de dominio, la consunción de la potestad, la señal de la autoridad y las recompensas particulares que ese dominio otorga en atención a los manejos económicos, la riqueza de Rusia en exclusiva y en reparto medido, cual ha ocurrido con otros tantos prebostes en Hungría, en Filipinas, en Marruecos… o cual ocurre con las corrupciones latinoamericanas. Resultó que los bolcheviques impusieron el modelo más preclaro de la historia de los hombres: desde el marxismo al comunismo. El asiento memorable de la ética en la acción política: la igualdad, el reparto, el respeto a la condición singular, la libertad… Todo ello (y de manera asombrosa) ni siquiera resulta memoria en el centro del país que lo extendió como esperanza por todos los rincones del orbe. ¿Qué queda? Un sátrapa con nombre fidedigno que aparte de imponer una guerra ilegítima contra un país soberano y unos ciudadanos que no han de sufrirla, muertes indiscriminadas incluidas, se ha dado en sancionar la emergencia nuclear, lo cual no es solo una insensatez, en tanto Rusia no ha sido amenazada, sino otro arrebato de la intransigencia y de la barbaridad del mamarracho. ¿Qué queda? La indecente posición del tirano, el que se ha cargado milimétricamente la democracia de un país grande en el siglo XXI, tirano que reconocerá la horma de sus zapatos y no tardará mucho. Ese pueblo silente y reprimido, como ha ocurrido en otras etapas de la humanidad y con otras figuras semejantes, responderá. Hasta tanto, el sufrimiento y la zozobra.