Vivir en España se ha convertido en una tortura política y en una tortura económica. Los políticos que nos gobiernan son mayoritariamente imbéciles y la Agencia Tributaria es una máquina que te estira hasta el infinito, agarrándote por los pies y por la cabeza, como en la Edad Media. Acabas midiendo más de tres metros. Así que alabo la decisión de mi admirado rey Juan Carlos, que ha decidido quedarse a vivir en Abu Dabi y venir de vez en cuando a saludar a los amigos. No digo que el emérito sea un santo, pero lo han tratado como a un delincuente en un país que él condujo de forma ejemplar durante la transición democrática. Que ha sido estudiada en las más prestigiosas universidades del primer mundo como un modelo a seguir en casos similares. Han humillado a Juan Carlos de Borbón y no lo merecía. Aquí las cajeras de supermercado se han convertido en ministras y a los reyes se les envía o se les provoca el exilio, cuando los países más estables de Europa y los que menos lata dan son, generalmente, las monarquías. Bueno, hay de todo. Ya se sabe que en España las dos repúblicas vividas han sido un completo desastre y una de ellas tiene el récord mundial de asesinatos de inocentes, entre ellos cientos de curas y monjas. No digamos de las dictaduras, que tampoco se han quedado atrás en crueldades. Pero voy a lo del emérito, cuyo comportamiento no ha sido ejemplar en su chochez de elefantes y corinas, pero sí lo fue en la época en que fue designado por el general Franco como director de la nueva España: “Alteza, no le puedo dar consejos, porque lo que se encontrará usted será distinto a lo que me encontré yo”, le dijo el viejo, más o menos, al joven aspirante a rey, con un ratón correteando debajo de su silla, en El Pardo. Mejor quedarse en Abu Dabi.