Los protagonistas de la guerra —de todas, y de ésta— son quienes quedan entre los escombros de realidad que fue, y los desplazados que un día despertarán en el planeta de los refugiados, dejando atrás la casa, los colegios, a familiares, amigos y conocidos, abandonando lo que habían logrado, su esfuerzo, el trabajo, los planes, la vida. En los medios y las redes solo asoma la punta del iceberg, atroz, desgarradora, pero solo un pedazo diminuto de la foto, del destrozo. La guerra que no veremos es la de hogares, ciudades, autopistas, carreteras y fronteras llenas de historias de náufragos que quedan fuera de plano, los Kamhi, Alma, Fazila o Ratko que Marc Casals descubrió en Sarajevo. Cuando se profundiza todas las guerras son la misma guerra, idéntica peste, la misma náusea. Las víctimas son los protagonistas. Quienes asoman en los telediarios precipitando cumbres inútiles, declaraciones tan solemnes como inocuas o justificando la barbarie son guionistas, protagonistas son aquellos que los sufren. Este conflicto nos subirá las facturas, enfriará la euforia del final de la pandemia, desacelerará la recuperación de la economía y el empleo, la duda hará que muchos bajen del avión, desistiendo de viajar; y, entre otras réplicas del terremoto que sacude Ucrania, retraerá el consumo. El bolsillo se resentirá, será la penitencia que toque a los vecinos de la guerra, a quienes asomamos a ella de rato en rato, nos estremecemos, la sentimos más cerca que otras veces y, acto seguido, regresamos a la vida, a los días que los ucranianos han perdido. El aire se llena de expertos y analistas improvisados que días atrás apenas sabían situar a Ucrania en el mapa. La atmósfera despierta inundada de entendidos desentendidos, de gente incapaz de hablar con la humildad que el desconocimiento aconseja. El espacio se llena de satélites vomitando imágenes, pero la guerra solo la sufren y entienden aquellos a los que el conflicto tiene secuestrados, expulsados, violentados, aplastados. Estos días se ha dado a conocer un estudio que revela que el cerebro desata un recuerdo de la vida justo antes de la muerte, la vida pasa efectivamente ante nuestros ojos antes de morir. Un grupo de neurocientíficos estonios ha grabado (por causalidad, reconocen) una importante descarga de recuerdos en el cerebro de un hombre a punto de fallecer. El fracaso de la diplomacia, de la política, de la decencia y de la inteligencia ha condenado a estas generaciones de ucranianos a perder la vida que dejan atrás, a huir con lo puesto, a descargarse recuerdos como único consuelo.