El peor aliado del feminismo es el silencio con el que la pandemia, primero, y la guerra, después, ha acallado tantas asignaturas pendientes o desafíos (retos de la normalidad, en definitiva), causas que los monólogos del virus o de Ucrania han tapado informativa y socialmente. El silencio desplaza, siembra olvido y desatención, generando la ficción de que aquello de lo que no se habla ya no importa o ha dejado de ser una prioridad. Las desigualdades, la violencia y las herramientas que hacen falta para avanzar y acercarnos a un modelo de sociedad del que podamos sentirnos verdaderamente orgullosos, no pueden permitirse la afonía que trae consigo tener a la opinión pública, y a los medios, con el foco en otra parte, en otras urgencias. Con todo, el silencio no es el único problema al que se enfrentan las razones que hoy -dos años después- se echarán a la calle para recuperar la voz, y el foco. El terrorismo de género, las bocas de agua que continúan teniendo los marcos legales, la necesidad de seguir impulsando una cultura de igualdad (en los colegios, y en casa) o los desequilibrios en la conciliación y el reparto de tareas que la pandemia ha robustecido bien merecen que -ahora más que nunca- recupere el eco perdido la lógica de modernizar y adecentar la actitud antes estas situaciones en el día a día, desterrando latiguillos, chistes y comentarios machistas que todavía reptan por cafeterías, oficinas y reuniones. Ahora bien, junto al silencio otros factores están poniéndoselo difícil al movimiento feminista. Tampoco están ayudando los excesos en los que incurren algunos discursos, excedentes argumentales que lejos de generar empatía la debilitan y, empeorándolo, regalan munición a los portavoces de la caverna, a los expertos en reconvertirlos en caricatura, llevándolos a su terreno para deslegitimar y ridiculizar al feminismo en su conjunto. Distraer con excesos lingüísticos como los protagonizados por Irene Montero o con banderas sobrantes como la que meses atrás agitó Yolanda Díaz, proponiendo que se sustituyera patria por matria, lejos de movilizar desmoviliza. De ahí la importancia de centrarse en lo verdaderamente importante sin incurrir en distracciones innecesarias y, sobre todo, evitando que el silencio mande a callar una causa que necesita voz, foco y complicidad, la que hace falta para dejar atrás tantas desigualdades, tantísima violencia física o psicológica y a tantos trogloditas como están aflorando y ocupando cada vez más espacio en el día a día de este país.