Esta mañana temprano he ido al oculista, a la revisión habitual. He pasado la rutina por una optometrista muy amable y al final, el chequeo dice que estoy igual que la última vez. Será de lo poco que está cómo lo dejé, porque ando viviendo estos días una sucesión de sorpresas que no deja de inquietarme. Todo lo que pasó con mis ojos fue hace años, cuando se me desprendió la retina y empecé a dejar de ver cómo veía antes. La chica me puso un colirio para dilatarme la pupila y me ha dejado ciego durante unas horas. Ahora, que se me va aclarando la visión, puedo leer la prensa y me percato de que a peor va la mejoría. El mundo empeora por momentos mientras mi capacidad visual se estabiliza. Es una contradicción que debo aceptar. Así que me aplico el refrán de no hay mal que por bien no venga, aunque no sea capaz de entenderlo del todo. He oído al ministro Planas por la radio. Parece ser la imagen de la sensatez y de la eficacia, pero le han dicho que tiene que emplear esos epítetos triunfalistas que obligan a ponerle buena cara al mal tiempo. Dice que se ha alcanzado un acuerdo sólido con los transportistas, y yo rememoro a mi profesor de Materiales, don Juan Montero Pazos, que decía que no nos fiáramos de las marcas de los cementos que se llamaban Titán o Sansón, porque solían complementar con el nombre su falta de resistencia. Por eso cuando me hablan de crecimiento robusto yo lo traduzco inmediatamente por endeble, y cuando escucho lo del acuerdo sólido, sé que se refieren a una solución débil a un problema que se presenta como bastante serio. En fin, qué quieren que les diga: mi vista, que es de lo más averiado que tengo, está regularmente bien, mientras que lo que me dicen que está funcionando a las mil maravillas adolece de seguridad y está a punto de desmoronarse. Ayer ponía Eduardo Sotillos una foto de los Xeis, cantando el Sin novedad señora baronesa, y yo me sentí igual que en aquellos años de chanza donde la crítica se hacía chiste para no llorar. La casa se ha quemado, ha muerto la abuela, el perro se escapó, las acciones perdieron todo su valor, su mujer se ha ido con otro, pero, por lo demás, la cosa está tranquila. Sin novedad, no hay novedad. Me he vuelto a mi casa con la tarjeta de la graduación en el bolsillo de la chaqueta. Compruebo la anterior y no tengo que cambiar las gafas. ¿Cómo van las cosas por Ucrania? Mariúpol no se entrega y Kiev resiste. No creo que la tomen los rusos. Los rusos son malos malísimos, igual que nuestra vecino Mohamed, que maltrata a los pobres saharauis como si fueran ucranianos, con la colaboración de nuestro Gobierno. Mal asunto. Todavía no sabemos a cambio de qué, ni siquiera conocemos el texto de esa maldita carta. Y yo que me temía que tenía que operarme de una catarata, pero ya ven: todo sin novedad, como en la canción. No pasa nada. Y si pasa, será por culpa de Putin, que ya se tiene ganado en Hollywood un papel para la próxima película de James Bond, haciendo de un moderno Goldfinger. Telecinco pierde audiencia a la misma velocidad con que pierden aceite sus protagonistas principales. Con otras fidelidades está pasando lo mismo, víctimas de un asesino silencioso que les está minando el terreno bajo sus pies. Por eso hay que afirmar que están sólidos y robustos, pero yo les digo, igual que a las bolsas de cemento que ponía de ejemplo don Juan Montero, “dime de lo que alardeas y te diré de los que careces. A propósito, recuérdame que tengo que comprarme una yogurtera, volver a lo de antes, porque Danone ha anunciado que tendrá dificultad para poner sus productos en los lineales del supermercado. ¡Agüita!