Protagonizando una movilización sin precedentes -lo fue manifestarse en todas las Islas impulsados por una misma causa- en junio de 2014 miles de canarios se echaron a la calle para rechazar el proyecto de prospecciones petrolíferas que Repsol había decidido realizar frente a las costas de Fuerteventura y Lanzarote. Organizaciones ecologistas, colectivos sociales, plataformas ciudadanas, sindicatos y partidos compartieron cánticos y pancartas con idéntico lema, Canarias una sola voz contra las prospecciones. El Gobierno autonómico presidido por Paulino Rivero no convocó, pero sí abanderó, se mojó y participó. Extraída del manual de lo que no debe hacerse, la soberbia que asfixió la estrategia de Repsol, antropológicamente equiparable a la torpeza y prepotencia que exhibieron sus directivos, incendió Canarias rociándola con el tufo de un colonialismo mal recibido en las Islas. La amenaza de una catástrofe a cincuenta kilómetros de las Islas generó una inquietud generalizada. Aquella indignación, cargada de razones, multiplicó la sensibilidad medioambiental. Las prospecciones entraron en el catálogo de las referencias malditas. Con todo, fue la actitud de Repsol el detonante que hizo explotar a una opinión pública que, lanzada, se sintió abandonada (vendida, incluso) por el Gobierno de Mariano Rajoy. Meses después de aquella movilización, en noviembre de 2014, la Compañía ignoró a Canarias e inició unas prospecciones que finalmente fueron interrumpidas porque las cuentas no le cuadraron a Repsol. Ocho años más tarde, en 2022, Marruecos ha anunciado la intención de realizar prospecciones en sus aguas -suyas, sí-. Tampoco ahora a Canarias le interesa tener en la puerta de casa esa actividad de riesgo, convivir con una amenaza latente esta vez en manos de un vecino al que no se le puede exigir o imponer, nada, de nada. Solo las dificultades técnicas, los costes o concluir que no hay petróleo suficiente nos evitarán que Marruecos llene de pozos la zona. Si les va mal con las prospecciones nos irá mejor, la suerte está echada, poco más. Esto no lo arregla la diplomacia, tampoco levantar la voz. Con este escenario, la que está liándose con estas prospecciones solo puede explicarse, y entenderse, volviendo a 2014, regresando a un episodio que convirtió al petróleo en símbolo de contaminación, agresión y abandono, en referencia maldita y banderas piratas. Con todo, ha sido el ocultismo con el que Moncloa ha gestionado el giro en las relaciones con Marruecos el detonante que amenaza con incendiar a la opinión pública de las Islas. La soberbia de Repsol -en 2014- y el secretismo de Moncloa -en 2022- son la cerilla junto al bidón de gasolina, la munición para un desgaste que los socialistas se habrían ahorrado informando sobre las conversaciones con Marruecos.