El presidente de la República Federativa del Brasil, Jail Bolsonaro, ha permitido que su Gobierno adquiera más de 35.000 píldoras de Viagra, destinadas a sus ejércitos. Es decir, que contra los misiles de Putin, Viagra para que los soldados y las soldadas hagan juegos malabares en sus casetas de campaña, que ahora serán de doble tiro. A pesar de que el diputado socialista Elias Vaz ha pedido explicaciones, nadie se las ha dado; lo mismo que hacen los socialistas en España. 28.320 píldoras -el conteo parece riguroso- irán a la Marina, para así aprovechar el vaivén; 5.000 al ejército de a pie; y 2.000 a los aviadores, que salen perdiendo en cuanto a número de dosis, pero que tienen la ventaja de que llegan antes a las farmacias que marineros y tropa, por razones de velocidad de sus respectivos aparatos. Los expertos -siempre hay un experto a mano-y los analistas -siempre, sobre todo en las teles españolas, aparecen muchos- explican a medias el porqué de tanta pastilla azul distribuida ent e los milicos. Los más conspicuos dicen que se trata de reforzar la moral de la soldadesca, a través de una técnica revolucionaria de hormonas, que hacen al miembro -y a la miembro- de las tropas combatir con un ímpetu tal, que el enemigo cae rendido, como si se enfrentara a una legión de bayonetas caladas. En los aviones de combate, la velocidad de los cazas sube a Mach 2, es decir, dos veces la del sonido, si están tripulados por pilotos con etiquetas azules. Y en la Marina, las fragatas parecen fuerabordas, si las comanda un oficial estampillado con una cápsula de Viagra. Estas pueden ser las razones de la compra. Y, la verdad, yo prefiero la Viagra al gas serín, al gas mostaza y a todos los gases -incluidos los propios- de Vladímir Putin. Puede que el futuro de los ejércitos del mundo esté en el consumo masivo de Viagra. Entonces serían ejércitos de paz.