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Ancianeitor

Más que envejecer con dignidad, que sí, es también bueno hacerlo con alegría. Una vez, en Isla Margarita, me gustaron dos chicas, en la discoteca de un hotel. Y empecé a pegar la hebra. Al cabo de un rato, una de ellas, me largó (y eso que yo estaba aún en edad de merecer): “Mira, ¿qué quieres tú de nosotras, ancianeitor?”. Hui del lugar. La depre que me entró duró todo el viaje y no lo volví a intentar, sobre todo cuando vi entrar en el local a los dos novios de las pibas, que se habían retrasado. Dos armarios. A nosotros lo que nos pasa es que no notamos los años cuando nos echamos a la calle. Hombre, no es que me vea yo a bordo de un taxi enramado, saliendo, allá por el verano, de excusión, con la vieja al lado, entusiasmados ambos con la contumaz pitada del taxista y saludando a los viandantes en el modo reina de Inglaterra. Ya que esta edad es tan fea, debería uno llevarla con cierto tino. Lo peor para una persona de mis años es olvidarte de que los has cumplido y comportarte de una manera impropia del tiempo que le ha tocado vivir. Es cierto que vestir de joven te quita cinco años y vestir, un suponer, de negro, te da un aire de maestroescuela jubilado que no se lo salta un sarantontón. Pero hay que ser exquisito en los modos y maneras de comportarse cuando uno ha alcanzado esa que llaman la edad provecta, que es un eufemismo del ancianeitor que me largaron las chicas de Isla Margarita, que posiblemente hoy estarán desafinando polos margariteños en la sección femenina de allá. Yo creo que estoy envejeciendo bien, aunque de vez en vez se me rebele el cuerpo y me pida guerra, pero cada vez menos. Porque cada vez que interpreto que el body me demanda jarana me duele un isquio o se me tuerce un pie.

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