después del paréntesis

Drakul

Vlad Tepes fue el príncipe de Valaquia, una parte, con Moldavia y Transilvania, de lo que sería el reino de Rumanía. En su época fue el mayor héroe de su país a causa de su arrojo y fiereza contra los invasores otomanos. Sus prácticas en contienda resultaron proverbiales. Por su arrojo en las guerrillas y el trato cruel que le dio a los enemigos: empalados hasta la muerte en los campos de su nación; de ahí el nombre que lo reconoció: el Empalador. Cuenta la leyenda que desde muy niño Tepes sintió una atracción muy profunda por lo misterioso; las zonas oscuras del castillo de su padre se convirtieran en su refugio. De ese miramiento surgió su pasión por la sangre, sangre de los enemigos que se bebió. Y de ahí el nombre por el que la literatura lo reconoció: conde Drácula, que sale de la palabra rumana que asigna a la Orden del Dragón a la que perteneció su padre. Y por ello, la traducción: “Diablo”. Y refieren que el sino del terror desplegado por el que se nombró vampiro fue por la muerte violenta de su esposa; con ello la brutalidad se multiplicó. Y murió en la guerra, diciembre de 1476 o enero de 1477. Algunas crónicas detallan que fue destrozado parte por parte por sus enemigos, que su cabeza fue enviada como regalo al rey Mehmed II. Pero la historia que más lo reconoce es que fue enterrado entero en el monasterio de Snagov, ese que fundó su abuelo Mircea el Viejo. De ahí la enseña proverbial: cuando los arqueólogos, mucho tiempo después, quisieron reconocer los restos del cadáver y abrieron la tumba, la nada los conturbó; el sepulcro existía, con honores de príncipe, pero sin cuerpo alguno. Vlad Tepes asumía de ese modo la encarnación de la perplejidad de los mortales; había ocupado el rango de la inmortalidad, asumía para sí la conmoción de lo eterno; Drácula vivo. ¿Cómo? La maleficencia de vivo lo ponderó: sangre joven para seguir existiendo en noches de los delirios. Como habitante de lo oscuro frente a la luz y al resplandor, así impone sus dominios: en el revés, en lo que vela a los hombres y a las mujeres. Ahí su imperio. ¿Por qué los seres humanos operamos de ese modo? ¿Recreamos o creamos?, ¿llevamos a estampa el real o inventamos? Lo que designa el valor a este sujeto del conocimiento es que para subsistir ha de matar, como los leones o las fieras. ¿Que condena la razón, la moral o la supervivencia? Eso somos, sujetos manifiestos de lo infausto, sujetos que exterminamos sin pudor, entidades amarradas a la violencia irracional.

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