el charco hondo

El fin del mundo

El fin de los tiempos está pareciéndose poco a lo anunciado. Ni de lejos pinta mal. Ahora que la pandemia la conjugamos en pasado, por fin, las cosas están pasando sin que nos atropelle o pase por encima el más temible de los cuatro jinetes del Apocalipsis, un caballo verdoso (o amarillento, depende) montado por la mismísima muerte. Siguen sin aflorar las almas de los degollados, y aunque los cenizos siguen merodeando ni las cenizas ni el humo han ennegrecido la luz solar. El fin del mundo está cogiendo forma, sí, ha echado a andar, sin duda, empezó hace semanas, vale, pero de otra manera, resplandeciente. Nada que ver con lo que nos habían contado. La desaparición de las restricciones, aforos, horarios, distancia social, mascarillas, niveles, decretos y actualizaciones ha desatado un fin del mundo que, desatendiendo pronósticos y profecías, consiste en una sucesión de almuerzos, cañas, sobremesas, vinos, cenas, rones, bailes, orquestas, quedamos, claro, ya quedé el sábado, tomamos algo el viernes, picamos el jueves, un par de copas el miércoles, dame un toque el martes, unas cervezas el lunes por la tarde. El fin del mundo era esto. El final de los tiempos consistía en superar la pandemia, resucitar, ponerse las pilas y quedar ocho días a la semana porque cuando no almuerzas con Juana cenas con la hermana. Desautorizando las versiones conocidas y los relatos acumulados a lo largo de la Historia, el fin del mundo consiste en celebrar sin desmayo, en quedar una y otra vez, no sea que vuelvan a jodernos la vida a golpe de confinamientos y desescaladas. El fin del mundo no era una catástrofe sino un tenderete interminable, unas ganas de quedar como nunca antes, hacer planes y cumplirlos, juntarse, anunciar que los cuatro días que durará el carnaval de la calle saldremos catorce o veintidós, embarcarse, tú sabes, despedirse quedando para la siguiente, faltar días en el calendario para encajar cumpleaños, viajes, despedidas, chuletadas, bodas y fines de semana a piñón. El fin del mundo era esto, este desmelene, este océano de cañas, vinos y copas, estos fines de semana con la gente entrenando duro para aguantar el tirón a finales de junio, lo más parecido al desenfreno de las últimas páginas de El perfume, estos locos años 20 del siglo XXI, un ejército de chiquillos recuperando el tiempo que les robó la pandemia y una legión de adultos quemando las naves por si acaso. El final de los tiempos no se parece ni de lejos a lo que nos habían contado, el fin del mundo son los jinetes del Apocalipsis bailando marejada.

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