el charco hondo

La punta del iceberg

De la regularidad o no de los contratos, de la legalidad de lo cobrado y comisionado, del control o descontrol de los trámites que precedieron a las firmas, del cumplimiento o no de lo establecido en los estados de alarma para contrataciones de cuantías similares y de las posibles condenas que les caigan, de determinar si espabilados o delincuentes, inocentes o culpables, si con cárcel o no, de estas variables se encargan los tribunales, en los juzgados, ante la ley. La contratación, y la ganancia, absolutamente desmedida, obscena, abusiva, es cosa de los jueces. Será la justicia la que los ponga en su sitio, el que sea. El Estado de Derecho y la presunción de inocencia también hay que reivindicarlos cuando los hechos o sucesos revuelven las tripas y la indignación envenena la sangre. Tampoco debe contaminar el juicio que merece lo ocurrido que quienes han protagonizado un episodio nauseabundo sean duques, pijos, niños malcriados, gilipollas o vividores de penúltima generación, lo único que debe enjuiciarse es si hay o no delito. Hacer negocio o aprovechar una oportunidad no es pecado cuando se concurre en competencia leal, y legal, o en un contexto ordinario. No parece que haya sido el caso, pero la justicia hará su trabajo. Cosa diferente es la vertiente extrajudicial de la historia, la náusea, el vómito, la putrefacción, la repugnancia, el olor a cuerpo descompuesto que desprende lo de Luis Medina y Alberto Luceño, quienes solos o en compañía de otros maquinaron para hacerse con un botín que reconvirtieron en yates, chalets, relojes y hoteles de lujo, gracias al sablazo que dieron al Ayuntamiento de Madrid suministrándole material sanitario, de calidad muy inferior a la acordada, con un beneficio tan exagerado como injustificado. Revuelve el estómago imaginarlos celebrando el golpe, festejando el zarpazo, encerrándose en algún hotel o casa de campo para, entre carcajadas, brindar por lo bien que les salió el asalto, abrazándose y echando cuentas mientras por las calles de Madrid, y del país, solo podían verse ambulancias y coches fúnebres. Serán los jueces quienes digan si culpables o no, condenables o no, pero tipos así merecen ser retratados y recordados, señalados. Con todo, con lo de Medina y Luceño solo ha aflorado la punta del iceberg; más pronto que tarde saldrán a la superficie los Medina y Luceño que, contratando a media luz con ayuntamientos, Comunidades Autónomas y ministerios, aprovecharon el estado de alarma para cerrar contratos obscenos cabalgando sobre la urgencia, la reducción de controles administrativos y la confusión de aquellas semanas.

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