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Lo cogí

Tenía razón aquella señora viróloga cuando decía que, tarde o temprano, todos íbamos a enfermar de covid. Me tocó. Agüita por la nariz, unas décimas de fiebre, test de antígenos y positivo. Llevo en casa desde el domingo y espero que el bicho me respete la Semana Santa, a ver si puedo darme un bañito en el sur. Vaya coñazo esto del covid. Llamo a mi amigo y médico, el profesor Alarcó, y me receta lo indicado: Paracetamol de 1.000 mgr. cada ocho horas, un jarabe con miel y zitromax, uno al día durante tres, para prever neumonías, que no parecen probables porque la cosa me ha dado bastante floja. Aviso a los últimos con los que he comido y todos están bien; a ver dónde cogí yo el puto covid, cuando me he pasado dos años y medio cuidándome. En este momento no tengo fiebre, toso menos y la cosa parece un catarrito. No he perdido ni el gusto ni el olfato. Pero sí el apetito. Y espero no perder nada más, con lo que me gusta hartarme de avellanas por las tardes, viendo los bodrios de la tele. Me acuerdo de la anécdota de un gran médico, con el que tuve mucha relación -era mi suegro-, que auscultaba a una joven en su consulta de Los Cristianos. Le decía a la chica que tosiera y la enferma, nada, no tosía. Hasta que su madre, que la acompañaba, se dio cuenta y le dio la orden inapelable: “Tosea, mi niña”; y la joven se puso a “tosear” como una loca. El mago es muy suyo en las expresiones y muy poco estricto con la cosa del lenguaje. Y los médicos conocen a la perfección la jerga del rural, que no tiene nada que ver con la ortografía ni la sintaxis tradicionales. Sé de un amigo que a los inquilinos los llama “alquilinos”. Y, si te pones a ver, tiene razón, porque el palabro viene de alquiler.

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