La resistencia ucraniana está siendo absolutamente inesperada y una enorme sorpresa para Putin y su gente. El Ejército ruso lanzó su ofensiva contra Ucrania dando por supuesto que sería una guerra relámpago de unos pocos días, similar, por ejemplo, a la conquista de Polonia por los nazis al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y la mayoría de la opinión pública occidental creyó lo mismo. Sin embargo, los ucranianos están demostrando que solo necesitan un mayor abastecimiento de armas para resistir a los rusos, aunque, al final, es evidente que la superioridad rusa le asegura a Putin una posición de predominio en unas hipotéticas conversaciones de paz.
La resistencia ucraniana se convierte en ofensiva en muchos casos, en los que infringe grandes pérdidas al enemigo, en muchas ocasiones utilizando óptimamente un armamento escaso. Es insólito el número de generales y altos oficiales rusos muertos en combate -o por francotiradores- y el hundimiento de su buque insignia en el Mar Negro. La importancia de que proporcionemos suficientes armas a Ucrania se hace cada día mayor, y la amenaza de Putin de recurrir a su arsenal nuclear si prosigue ese abastecimiento lo prueba fehacientemente. También es reveladora su oposición radical a que las militarmente modestas Finlandia y Suecia se planteen ingresar en la OTAN.
Estamos descubriendo las debilidades militares rusas tácticas y estratégicas, sus problemas de material, de infraestructuras y, sobre todo, de moral de combate, lo que aclara fracasos anteriores como la retirada de Afganistán cuando la primera victoria de los talibanes, menos preocupante que la actual. Estas debilidades le llevan a basar su estrategia en la destrucción sistemáticas de ciudades indefensas y de objetivos civiles como escuelas u hospitales, buscando generar el pánico y la desmoralización en sus oponentes, como hicieron en Grozni y en Alepo.
Al mismo tiempo, estamos comprobando los graves problemas -militares y de todo orden- que genera una dictadura como la rusa, en donde la libertad de expresión se paga con la muerte o con largas y brutales condenas. El miedo al autócrata hace que se le mienta, que se le oculte información sobre fracasos o dificultades, porque el fracaso también se paga muy caro. El ignorado paradero del almirante jefe de la Flota del Mar Negro después del hundimiento de su buque insignia es ilustrativo de lo que queremos decir.
Pues bien, la miseria no solo anida entre los rusos. En ciertos sectores alemanes, de Estados Unidos y otros países, y, naturalmente, en la extrema izquierda gubernamental española -y algunos independentistas- se está planteando la conveniencia de detener el suministro de armas a Ucrania, para no seguir enfadando a Putin y no prolongar más la guerra. En otras palabras, se está planteando abandonar a los ucranianos -y también a los rusos- a su suerte. Sufrieron la brutalidad salvaje de los zares y después de los comunistas; y, ahora, cuando nos suplican que los acojamos en Occidente y que seamos consecuentes con los valores de los que alardeamos, les negamos el derecho a tener una patria, una cultura y un idioma, y, en el mejor de los casos, les condenamos a vivir entre nosotros de nuestra solidaridad, es decir, de nuestra caridad. Miserias occidentales se llama la figura.