visiones atlánticas

Muros de nuestro tiempo

En marzo de 1946, en Fulton (Missouri), Winston Churchill (1874-1965) pronunció su célebre conferencia, acabada la segunda guerra mundial. “Desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático ha caído sobre el continente un telón de acero”. Decía que “los rusos nada admiran más que la fuerza y nada respetan menos que la debilidad”. Apostaba por los Estados Unidos de Europa. La paz americana se inició con los acuerdos de Breton Woods en 1944. La ONU en Nueva York en octubre de 1945. El Plan Marshall en 1946 y su equivalente en la URSS, el Molotov de 1947. La OTAN en 1949 y el Pacto de Varsovia en 1955 reforzaron el telón de acero en plena guerra fría, con la disuasión atómica. La CEE arrancó en 1957 con el Tratado de Roma, con seis fundadores, hasta 28, hoy 27, luego del desconcierto del Reino Unido con el brexit. En 1989 cayó la URSS de Gorvachov, se reunificó Alemania y casi toda la Europa al Oeste de Rusia se incorporó a la UE y a la OTAN. Entramos en la globalización con nuevos agentes, hacia un mundo multipolar. El fin de la historia, aventurado por Fukuyama, no se dio. Se produce otra historia a finales de agosto 2021, cuando las democracias liberales huyen de Afganistán. Se consolidan tres culturas multipolares, las democracias liberales, las autocracias comunistas y los islamismos. Entre la primera y las otras dos, una primera frontera, en el valor del individuo frente al estado. Carlo Cipolla en La Decadencia Económica de los Imperios (2022) concluye en que las causas del deterioro son internas. Crecen las naciones mientras mantienen espíritu innovador, comercial y empresarial, mantienen su espíritu de frontera y contienen a sus burocracias extractivas. El proceso de deterioro económico se produce con un gasto público excesivo, sin respaldo del ahorro real. Roma, el Imperio Español, la Holanda del Siglo de Oro y el Imperio Otomano sucumbieron ante sus burocracias, centradas en mantener sus privilegios. La nueva historia multipolar precisa de muros-telones para estabilizarse. Las naciones son ámbito de cuatro libertades, bienes, capitales, servicios y personas. A China le permitieron operar en la GATT, solo con bienes y capitales, en asimetría interior y el brexit anuló la libertad de personas de la UE, con lo que se excluyó del club. Los muros de nuestro tiempo son imprescindibles para soportar el equilibrio de libertades. Se levantan en las fronteras de diferencial elevado de riqueza, que operan como válvulas de ósmosis inversa, desplazando población hacia las más ricas. La UE 27, la frontera sur de EE.UU. con México y hacia las islas cárceles de Cuba y Haití, la frontera entre las dos Coreas; mantienen diferenciales de riqueza en torno a 40 veces. Análogo al producido en algunos países islámicos, que es detenida por estados que no respetan los “derechos humanos”, donde el individuo nada vale. El reequilibrio multipolar obliga a autonomía en defensa, en energía y en alimentación. En la deriva de los muros de Europa hacia el sur, Ceuta y Melilla y en el Atlántico el Sáhara Español, con la tensión permanente del diferencial económico hacia África. Muros que vemos reproducidos en las fronteras de Chipre, donde en 1974 se instauró la República Turca del Norte no reconocida, entre el islam y una democracia liberal. Un muro transforma lo que es un problema político de reconocimiento ONU, en un conflicto de ocupación, que genera legitimidades con el tiempo. Lo hace en el Sáhara Español, que mantiene Marruecos con 6 muros. Lo hace Chipre y las Coreas. Israel empujando sus muros al interno de Palestina y sus bordes fronterizos en el Golán, ganando tierra prometida. El desenlace de la Guerra de Ucrania no está lejos de generar un muro, desde Járkov hasta Jerson en la desembocadura del Dniéper, que legitime con el tiempo la Ucrania rusa, ya ocupada en Crimea desde 2014.

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