Contaba con 82 años de edad, tres antes de su muerte. En el que ha de tenerse como su testamento poético, La cifra, escribió: “Los únicos paraísos no prohibidos al hombre son los paraísos perdidos”. ¿Qué ganaba Jorge Luis Borges con esa afirmación? Fundir en el final de la existencia lo que valía la pena guardar de la vida. Y eso hizo, seleccionar. Por eso, en ese libro ingente y testimonial, se encuentra un poema conjetural: Milonga para Juan Muraña. En él, Borges se retrotrae a lo que quiso ser frente a lo que fue: el puñal, el coraje, la valentía… Eso soñó ser, eso no fue. ¿Por qué? Porque tuvo un padre anarquista que condicionó su existencia, Jorge Borges. Fue inglés por su madre, Fanny Haslam, y así se manifestó. Por ejemplo, erigió una inmensa biblioteca de libros ingleses en la que depositó todas las traducciones más logradas de la literatura de Occidente, de Homero, a La Comedia de Dante o El Quijote. Y ahí encerró a su hijo, ahí lo enclaustró para que fuera lo que él quiso ser y no fue: escritor. A Borges su padre le condicionó el futuro, lo apartó de lo que quiso ser y no logró. Porque de nuevo su padre decidió: abdicar de la carrera militar para contradecir al padre que se suicidó en deber, el gran coronel Francisco Isidoro Borges Lafinur, ese abuelo al que Borges se prendó por su muerte romántica. ¿Para qué sirven los padres, para imitarlos o para matarlos? Esa es la gran caterva de Jorge Luis Borges con su progenitor, el no haberlo dejado actuar en vida como ambicionó. Y eso fue lo que heredó. En efecto, un grandísimo escritor, el escritor (que no autor) más grande de cuantos el idioma conoce. Y de ese modo se manifestó. Su padre quiso ser novelista. En su estancia en Mallorca (1921) publicó una novela, El caudillo, obra que lo persiguió durante toda su vida. Y supo, porque era un gran lector, que su hijo había llegado a ser un prosista extraordinario. Le pidió ayuda; transformar su novela hasta hacerla legible. Borges no se movió. Esa historia mejor que desaparezca del mundo. Y otra incondicional reserva del ser para el padre. Se encontraban en Ginebra. Borges contaba con 18 años. Su padre se enteró de que su hijo no había tenido contacto con mujer. Y él, que era un “gentleman”, actúo: le cedió a su amante para que lo instruyera. Ese es el origen, cuentan los expertos, de la represión, el complejo de Edipo y las disfunciones sexuales de Borges. Eso son los padres, los padres que siempre acompañan a los hijos.