Una vez superado el covid, ahora me enfrento a las medidas que he de tomar para evitar que otra cepa se apodere de mí. Como las medidas se van a relajar esta próxima semana, yo seguiré con las mismas. No tengo ni idea de quién me trasmitió la enfermedad, que me ha tenido diez días encerrado. Ninguno de los encuestados ha tenido síntomas recientes de covid, así que ya no averiguaré quién fue el trasmisor, o si lo cogí por el aire. Sientes la sensación de ser un apestado: naturalmente nadie te viene a ver, todo el mundo se aparta de ti y la relación con los demás se hace a través del teléfono móvil, que se ha convertido en el gran instrumento del enfermo contagioso. ¿Los síntomas?: un extraño catarro, un día de fiebre hasta 38º, tos y algo de flema. Y poco más, aunque el doctor Antonio Alarcó, con el que hablé dos veces al día durante la reclusión, me dijo que lo agarré bien. Un test en el día siete, positivo; otro en el día 8, también positivo; y otro en el día 10, negativo. Hay pocas posibilidades de que el virus me vuelva a atacar, tengo las dosis completas de las vacunas y mi compañía, como siempre, ha sido la única que no ha tenido miedo de permanecer junto a mí: mi perrita Mini, que ha permanecido diez días recluida conmigo en casa, sin hacer ejercicio y viéndome de pésimo humor, porque no hay nada que produzca más cabreo que estar enfermo y que todo el mundo te huya. ¿Sensaciones? La peor, la de impotencia de no salir, por responsabilidad para con los demás; no he sufrido cansancio, ni dolores musculares apreciables, nada de nada. Gracias a la Internet no he perdido el contacto con los lectores y gracias a mi previsión no he fallado ni una sola semana con la entrevista en Los Limoneros. Total, nada.