La modernidad o sociedad líquida que acuñó Zygmunt Bauman, en referencia a la caída en desgracia de valores que creímos permanentes dando paso a un mundo marcado por la provisionalidad, tiene en la política, y en los sondeos de opinión, uno de sus ejemplos de última generación. Todo cambia de un momento a otro, somos cambiables que generamos situaciones líquidas como el líquido de un vaso que con un ligero empujón cambia la forma del agua -explicó Bauman-. Ocurre igual con las encuestas que, sumergidos en los años más líquidos, se encargan para tener una idea más o menos aproximada de lo que votará la gente en mayo de 2023. Los sondeos siguen siendo una herramienta inevitable. Los partidos necesitan algo de luz en la oscuridad, señales que alumbren su relato y identifiquen banderas que les permitan reclutar más apoyos, destellos de lo que podría ser, termómetros que se traduzcan en la foto fija que, en última instancia, resume la función de las encuestas. Los sondeos tranquilizan, revitalizan, generan confianza o desaniman a cargos orgánicos e inorgánicos, y son, con matices, documentos aprovechables. De ahí que sea razonable que los partidos encarguen cualitativos y cuantitativos, trabajos más o menos ambiciosos y fiables, análisis que ayuden a medir el conocimiento y valoración de fijos o posibles, propios y adversarios. Todos, sin excepción, están leyendo encuestas o esperando por los resultados que arrojen los trabajos de campo que están haciéndose estas semanas. El problema es que la realidad líquida que se instauró en marzo de 2020 anuncia que esos sondeos están condenados a envejecer prematuramente, lo que cuentan caducará mil veces de aquí a las autonómicas y locales, la foto irá desdibujándose porque este presente líquido de pandemias, volcanes, guerras, desabastecimiento e inflación no se deja fotografiar. Será la economía, la de los terrícolas, la recuperación o el desfallecimiento de las economías domésticas, la que finalmente determine las intenciones de voto. Cabe apostar, almuerzos, cenas o lo que se prefiera, a que PSOE, Coalición y PP serán primera, segunda y tercera fuerza en el Parlamento regional. Curbelo irá a más, y Vox se sentará en la Cámara -y también en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, sin duda-. Claro que con este cuadro el escenario queda completamente abierto porque los pactos posibles dependerán de los diputados -consejeros insulares o concejales- que tengan unos y otros, pero eso, ese detalle, es algo que los sondeos que se han hecho o están realizándose no pueden contar porque la realidad líquida que está marcando esta legislatura no se deja leer tan fácilmente.