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Trabajar en Suecia

Recuerdo, de niño, que personas pudientes de esta isla viajaban a Suecia, aprovechando los aviones del turismo, para tratarse de sus males en el Instituto Karolinska, situado muy cerca de Estocolmo. El Instituto está considerado hoy –no digamos entonces– como la sexta escuela de medicina más importante del mundo. Su claustro es el encargado de otorgar cada año los premios Nobel de Medicina. Cuando se pedía hora -no sé hoy, estoy hablando de los sesenta- a determinados profesores del Instituto Karolinska para una cita médica había que aprovechar los meses que estos médicos trabajaban porque a ellos no les interesaba hacerlo todo el año: les salía muy caro, por mor de los impuestos que debían pagar al Estado sueco. Unos impuestos que conducen al verdadero estado del bienestar, que van limpitos a mejorar la vida de los ciudadanos y no como aquí que incluso a veces se los maman los políticos, los dilapidan la jauría de asesores o se pierden en la inacción de los ministerios, engordados en número de acuerdo a las necesidades del guion. En Suecia, no; en Suecia da gusto pagar impuestos y cuando sales a la calle los ves enseguida, traducidos en servicios públicos. Bueno, pues a los médicos les salía mejor trabajar, un suponer, seis meses al año y dedicar otros seis meses a su formación, sin percibir emolumentos de clientes, de instituciones docentes, etcétera. Qué ejemplo nos dan esos países donde reina el orden, se huye del chanchullo, se forma bien a la gente y se respetan unos a otros. El otro día escuché una entrevista con aquel Pablo Iglesias, ¿lo recuerdan? Se quejaba de que les molestaban en Galapagar a los miembros de su familia, de que la gente les organiza caceroladas. Seguramente sufrió un lapsus mentis porque yo sí que recuerdo los escraches que los suyos les montaban constantemente a políticos de la derecha. Igualito que en Suecia, ¿no?, dejando vivir a los demás.

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