Hemos entrado en una especie de caso Dreyfus. Correrán ríos de tinta, que es de lo que se trata para distraer a la opinión de cuestiones aparentemente más importantes. Pegasus se convertirá en una construcción literaria, como James Bond o el Tomás Nevinson, de Javier Marías. Es lógico, debido al tiempo en que vivimos, que los espías se roboticen, porque estamos en la época de la digitalización. Lo que es cierto es que, por más que se deshumanicen las herramientas, la presencia humana es inevitable si queremos que el impacto del comportamiento heroico de los agentes secretos conserve su eficacia narrativa. Desde la publicación del libro “El jefe de los espías”, donde se revela el contenido de los papeles del general Manglano, este asunto ha cobrado un gran interés, porque parece haberse destripado algo tan oculto como el funcionamiento interno del CNI. Ya nadie actúa con la prudencia requerida para tratar sobre lo que algunos llaman las cloacas del Estado y que no son otra cosa que las armas racionales empleadas para su seguridad. Hay quien asegura que el fin justifica los medios, atribuyendo a Maquiavelo la autorización para desarrollar actuaciones inconfesables. Todo sea en nombre de la transparencia, poniendo a la luz aquello que no se puede revelar. Siguiendo esta regla hemos iniciado el juego de las prendas hasta que los que participan en él se queden en pelotas, enseñando sus vergüenzas a todo el mundo: las que se pueden enseñar, dentro de ese universo de medias verdades y completas mentiras en el que nos hemos introducido en nombre del escritor florentino. Ahora la cosa va de espionaje, y como el tema es de alto secreto se puede dar rienda suelta a la imaginación, es decir, a introducirnos en el farragoso mundo de lo no comprobable, para fabricar una interpretación medianamente fiable de los hechos. Tantas veces va el cántaro a la fuente que al fin acaba rompiéndose. Es normal que se hagan conjeturas sobre aquello que no se puede saber nada porque pertenece al ámbito de lo reservado, pero si se levanta la veda y se aprovechan las noticias de lo que no se puede contar estaremos abriendo la puerta intencionadamente a la elucubración. Dios me libre de hacerlo ni de levantar sospechas sobre un caso que se explica por sí mismo, justo por las coincidencias temporales en que se produce. El cóctel está servido. Marruecos, Cataluña, el malvado Putin, los acuerdos sobre el Sahara, Pegasus y 2,7 Gigas desaparecidos del móvil del presidente del Gobierno. Solo hace falta el guionista y la consiguiente docuserie de Telecinco. No sé a quién va a favorecer este entramado. La gente es muy amante de las novelas de misterio, y cuando las cosas enrevesadas se complican nada mejor que abrir el patio de vecinos para que el marujeo debata sobre lo que es incomprobable por definición. Esto es lo que ha hecho el ministro Bolaños al convocar ayer a primerísima hora una rueda de prensa para dar la noticia de los espionajes. Supongo que será uno de los temas a tratar en la comisión cuya composición abierta a todos los grupos a propiciado la señora Batet. Ahí acabarán por hacer trizas al CNI, que estaba muy crecidito de prestigio después de la publicación de las memorias de Manglano, reveladas por sus hijos. Éste, junto con el libro de Rueda, “Al servicio de su majestad”, un título al más puro estilo 007, y el “Políticamente indeseable”, de Cayetana Álvarez de Toledo, ha puesto en pie el gusto por el ambiente secreto de la política. A partir de ahora oiremos ese “lo sé de buena tinta”, que tanto se usa en los mentideros. Se inaugura el ambiente de sospecha tan propicio para elucubrar, embarrando el terreno de juego cuando las cosas se complican. Veremos qué pasa con todo esto. Yo no voy a decir si la culpa es de Juana o de su hermana. Tratándose de altos secretos, calladito estaré mejor.
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