El instinto de supervivencia suele saltar ante situaciones adversas, activando una serie de mecanismos que hacen que algunos colectivos, como los sindicatos, reaccionen con automatismo argumental. Si en psicología los instintos se asocian a impulsos innatos, y a comportamientos que se desencadenan como respuesta a ciertos estímulos ambientales, en el ámbito sindical cuando la realidad les da la espalda se refugian en lecturas que los abraza a la irrealidad, a la ficción, al error de negar la mayor, a la torpeza de desentenderse de lo que verdaderamente pasó el primero de mayo, jornada en la que las fuerzas sindicales, en particular, y la sociedad, en general, constataron un retroceso incontestable de la capacidad de convocatoria de los principales sindicatos, una pérdida de pegada, protagonismo y liderazgo que admite pocas dudas o razones en contra. Se equivocan los portavoces sindicales cuando intentan esconder al elefante de su mal momento poniéndolo detrás de un bolígrafo o metiéndolo malamente en una caja de zapatos. Flaco favor se hacen cerrando los ojos, como los niños cuando se asustan. Ese no es el camino. A su juicio, el fracaso del primero de mayo ha sido un éxito. Para corregir o curarse es tan imprescindible como inaplazable reconocer el error o la dolencia, no están haciéndolo. Sin ruborizarse, ayer explicaban la escasa participación en las manifestaciones con excusas tan peregrinas como recalcar que era el día de la madre, de playa y pereza dominical. Aludir a factores de ese calibre conlleva un reconocimiento involuntario de debilidad. Cuando más penalidades hay para echarse a la calle, para exigir una recuperación económica que no se desentienda de la justicia social, los sindicatos movilizan a menos trabajadores. Ahora que la gente se apunta a un bombardeo, a lo que sea, llega el primero de mayo y el personal pasa de su llamamiento. Colectivos feministas, jubilados o ganaderos ganan por goleada a los sindicatos cuando salen la calle (toca un análisis desacomplejado de esa evidencia). Empresarios y gobiernos pueden dormir tranquilos, no están los sindicatos en condiciones de ponerlos contra las cuerdas por más que, en un ejercicio que sobrevuela el absurdo, rematen la jornada en la que se han quedado solos anunciando que van a echar al país a la calle. Quieran verlo o no, al submarino sindical se le ha abierto una boca de agua. El fracaso del primero de mayo, precisamente ahora, con la que está cayendo, no obedece a que un ejército de trabajadores no tenga motivos para echarse a la calle, sino a que no se sienten representados porque han dejado de creer en la utilidad de unos sindicatos atrincherados en el instinto de supervivencia.